domingo, 21 de noviembre de 2010

✖3

La felicidad, se podría decir que es un estado emocional, psicológico, en el que todo es maravilloso a tus ojos. Felicidad es, como decirlo, ¿estar alegre?, ¿estar contento? Pero, ¿cómo sabríamos qué es estar alegre, contento o feliz, sin conocer antes la tristeza, la maldad, la melancolía...? ¿Podríamos diferenciar una cosa de otra? Creo que ni siquiera podríamos ser capaces de ser feliz. Felicidad, entiendo que llega después de la tristeza, o antes, según se mire. Después, no se cómo, la felicidad se acaba y nos estancamos permanentemente o por un tiempo, nos estancamos en ¿la rutina?, no se cómo lo podría explicar, pero nos estancamos. Pasa un tiempo en el que tu estado de ánimo no cambia mucho. No estás feliz, pero tampoco triste, ni contenta, ni melancólica. Aún así, creo que la felicidad es algo muy bonito, algo que para cada uno, es distinto. ¿Se podría decir que el amor viene acompañado de felicidad? Otra pregunta más que no podría contestar. Pero así me sentía yo. Feliz, estaba feliz y realmente no tenía motivo. Había quedado con Marco en unas horas, vale. Pero ¿realmente tenía motivo para estar así? No me interesaba eso. Lo único que en aquel momento me parecía de verdad importancia era que iba a ver a Marco. Matemáticas. Siempre odiaré esa clase, por el resto de mis días. Y como de costumbre se me hizo eterna. En el cambio de clase se me ocurrió sentamre en los bancos del pasillo, para que me diera un poco el aire. Me asomé al patio que había alli en medio, nunca comprenderé que hacia un patio como aquel, en aquel sitio. Repleto de plantas, todo tipo de plantas. Palmeras, flores, árboles grandes, alcornoques. Mi instituto era realmente grande. Miré hacia las ventanas de la residencia. Todos, todos menos uno, tenían en la ventana los zapatos. Sonreí y volví a entrar en la clase. Latín y, por fin, llegó la hora antes del descanso. Tuve una idea.
-Profesora- dije con voz ronca y poniendo mala cara -no me encuentro muy bien, ¿puedo ir al servicio?
La profesora hizo una mueca de desconfianza, pero después de todo yo no solía fingir que me encontraba mal, ni me saltaba clases, al menos no queriendo, ni era mala alumna.
-Claro Moni, sal- dijo sonriéndome al final.
Salí del aula y me dirigí al despacho del director. Llamé a la puerta y me dirigí a él dispuesta a mentir de nuevo.
'Chica mala' pensé para mi misma, riendo.
-¿Si?- rompió el silencio una voz grave desde el interior de la sala.
-Perdone, me envía la profesora Katwin. Quisiera saber si el profesor de francés ha venido.
-Un momentito señorita- me sonrió y comenzó a pasar las hojas de una libreta con las pastas de piel. -No, me parece que hoy ha vuelto a faltar. Vaya, ya van dos semanas.
Interrumpió la frase, creo que la hubiera querido decir para sí mismo, pero se le escapó. Le di las gracias y me dirigí a la puerta. Por el rabillo del ojo pude ver como cogía el teléfono. Reí para mis adentros. Volví a la clase, fingiendo que me encontraba mucho mejor. Incluso me pellizqué las mejillas para que dieran mejor aspecto a mi cara. Pasé por el asiento de Amanda, de Mathew, que llevaba unas bragas en el cuello, y él no se solía abrigar. No le di muchas vueltas y me dirigí a mi asiento, la penúltima fila a la derecha de la clase. Miré la agenda, el horario de clase y confirmé contenta que la hora siguiente del recreo era francés. Una hora y media, tenía una hora y media para estar con él. Observé que, de vez en cuando, Mathew me lanzaba miradas con furia. Acabó la clase y Amanda vino a mi mesa rápida.
-¿No te encontrabas mal, a que no?- preguntó riendo. Era increíble como me conocía.
-¡Claro que no! Me voy, he quedado con Marco.
-¡Lo sabía! ¡Lo tienes enamoradito chica!
Me colgué la maleta casi vacía en la espalda, y me dispuse a subir.
A cada escalón me sentía menos segura y me hacía pequeñita e insignificante. Llegué a la tercera planta casi consumida por la timidez y la inseguridad. No se de dónde saqué el valor suficiente para acercarme a su puerta. Estaba entornada y había un posit pegado a la puerta. 'Entra, estoy en la ducha. Espérame fuera' Quité el posit y preguntándome aún si el posit se dirigía a mí me decidí a entrar. Dejé la chaqueta sobre la silla y la maleta en el suelo. Oí el sonido del agua de la ducha. Pasé la mano sobre la colcha de la cama, tersa y suave. Me senté en ella. El sonido de la ducha paró, pero no reparé en ello. Me levanté y me dirigí a la mesita de noche. Había una foto de una niña pequeña, sin enmarcar. La miré detenidamente, era muy guapa. Tenía el pelo rizado negro, y los ojos azules intenso, un color que ya me era familiar. La giré y en la parte de atrás pude leer Maidie. Realmente era muy guapa. Parecía una muñeca de porcelana, vestida con un traje blanco, suelto. Mostraba una tierna sonrisa mientras escondía las manos en la espalda, parecía tímida. Me quedé embobada con la foto.
-No sabía si querrías venir.
Me giré rápidamente, alterada, un poco asustada. Era Marco, pero no me lo esperaba. Iba sin camiseta, con unos pantalones gris oscuro largos. Sus pies descalzos se apoyaban en la moqueta parda. Hacía mucho calor en la habitación, pero no por él, la calefacción estaba puesta. Debió notar que me asusté.
-Lo siento, no quería asustarte. Pero esque no sabía si vendrías.
-¿Por qué no iba a venir?- dije cabizbaja y un poco cortada.
-Creía que no me volverías a dirigir la palabra, después de...
-Imposible- le interrumpí y sonreí, pero sin que él me viera.
Me quité el pañuelo, y lo dejé sobre la silla. Él estaba detrás mío. Se sentó en la cama, escuché como se hundía el colchón.
-Al principio no me lo podía creer. Me creía el ser más estúpido del mundo. Enamorarme de una persona sin conocerla. ¿Tú qué dices?- continuó sin darme tiempo a responder -Soñaba con ella, con como sería conocerla, estar con ella, juntos. Y entonces, un día conocí a una chica, bastante parecida a ella. Similiares en cuanto a forma de andar, sus rasgos de la cara... Tú. Exactamente igual que aquella chica.
-¿Cómo?
-¿Por qué no me lo dijiste?- dijo acercándose a mí.
-¿El qué?
-¿Por qué cuando te conté lo de la chica con la que me tropecé, no me dijiste que eras tú?
-Yo...
-Me dio tanta rabia cuando me di cuenta...- me tumbó en la cama -No me lo podía creer. Tenía a la chica con la que soñaba delante de mis narices. No quería aceptar que era ella, no quería verte como la chica de la que estoy enamorado. Hasta que te ví, y mi cabeza no tuvo más que aceptarlo.
-Marco yo...
-Monica, ¿sabes que significas en este momento para mí? Créeme, no sabes lo que siento por tí. Monica yo te quiero. Te quiero Monica, te quiero.
No me inmuté, me erguí lentamente y me senté en la cama, sujetandome en mis brazos. Entonces él se sentó a mi lado, me miraba. Se acercó un poco más, y más hasta que se detuvo a unos milímetros de mi cara. Me la sujeto con las dos manos, suaves y fuertes, templadas. Se acercó a mis labios. Yo lo miraba, lo contemplaba desde cerca. Me di cuenta entonces que de verdad lo quería, ¿por qué no? Aún a unos milímetros de distancia, conseguí articular.
-Te quiero
Quizás la cosa más sincera que diría en todo el día. Me besó. Los labios dulces y suaves, carnosos, sobre los míos. Me aferré a su cuello con las dos manos y, lentamente, caímos sobre la cama. Estuvimos un rato así, besándonos intensamente, con cariño, con amor. Nos abrazamos, él me cubría con sus brazos, dándome calor, calor humano, calor del bueno. Eché la cabeza sobre su pecho, él me acariciaba la barriga y yo trazaba garabatos sobre su tripa. Cuando acercaba mi dedo al ombligo, la piel se le erizaba. Dios, podría aver pasado así el resto de mi vida.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

✖2.

Por fin acabaron las clases, el día se me hizo eterno. Pasaron las tres, las tres y cuarto, las tres y media, yo cada vez andaba más nerviosa, las cuatro menos cuarto, los deberes los había terminado ya, las cuatro y cuarto, las cinco menos cuarto, las cinco y cuarto... Entonces me empecé a vestir. Me puse una camiseta nueva que tenía con purpurina, una rebeca, la chaqueta, unos pitillo oscuros, las botas altas y mi bufanda. Guardé el móvil en el bolsillo, y metí su bufanda bien doblada en una bolsa de plástico, estaba lloviendo y no quería que se mojara. Salí de mi casa, abrí el paraguas y me dirigí a la parada del autobús. Cuando me monté, me pareció ver a Andrew en la acera. Me froté los ojos y me puse los casquitos. El autobús parecía que no iba a llegar nunca, como estaba lloviendo iba aún más lento que por las mañanas, iba a caer mala con los nervios. El autobús paró, pero en medio de la calle, me quité los cascos para enterarme de qué ocurría. Había un gran ruido de los cláxones de los coches pitando, genial, un atasco. Le pedí al conductor que abriera las puertas, que tenía prisa. Como el ya me conocía de todas las mañanas, me hizo el favor. Aún quedaban casi tres barrios hasta mi instituto. Varias veces más me pareció ver a Andrew detrás mía, pero supuse que eran imaginaciones mías. Entonces, a través de la lluvia pude ver una figura corriendo hacia a mí. Empecé a correr hasta el instituto. De vez en cuando perdía el equilibrio gracias a la acera mojada, y en una de esas veces, aquella figura me agarró del brazo y me sujetó. No me podía mover, le di un paraguazo y un pisotón en el pie, me soltó, y entonces le arañé en el cuello, gritó de dolor. Quedaba menos para llegar al instituto. Corrí con todas mis fuerzas, y por fin entré dentro. No quería armar jaleo, así que andando rápida y silenciosamente me dirigí hacia las escaleras, subí a la tercera planta lo más ligero que pude y por fin me metí en el pasillo correspondiente. Busqué en las puertas el número 26 y cuando lo ví me dirigí a la correspondiente. Llamé dos veces al timbre, muy seguidas. Me abrió Marco.
-Pero, ¿qué te ha pasa...- entré rápida en la habitación.
Estaba muy asustada.
-Monica, por dios. Cálmate.
-No, no- estaba muy asustada, me asomé a la ventana y vi de nuevo a aquella persona -¿Ves? Está ahí, me ha perseguido. Marco me ha seguido hasta aquí...
Comencé a llorar
-Ahora vengo- dijo Marco.
Se puso su chaqueta y salio en pijama a la calle. Yo me mantenía asomada a la ventana, con el cristal evitando que la lluvia entrada y medio escondida entre la cortina. Aquella persona seguía allí, de vez en cuando posaba su mano en el cuello, pero no alcanzaba a verle la cara. Suspiré cerrando los ojos, cuando los abrí observé como aquella persona se iba corriendo y Marco aparecía en el lugar exacto donde había estado. Miraba hacia un lado y hacia otro. Entonces Marco miró hacia su ventana, donde estaba yo. Y volvió a subir. Llamaron a la puerta y abrí, Marco entró excitado.
-¡Qué imbécil! Se ha ido.
Lo miré asustada, no me apetecía para nada salir de la habitación, y menos volver sola a mi casa. Él se sentó sobre la cama, y se recostó sobre la pared. Asestó unas topaditas al colchón, señalando que me sentara. Unos minutos después lo hice.
-Me parece que mi profesora de español está hoy un poco nerviosa para dar la primera clase, ¿no?- le sonreí.
Me levanté de la cama y busqué entre mis cosas. Al fin, debajo de mi chaqueta, empapada, encontré la bolsa de plástico. Se la tendí y el la abrió.
-La bufanda. Esta mañana te la robé sin querer.
-No me había dado cuenta, pero gracias. Oye- subió las cejas como si estuviera a punto de decir algo interesante -me suenas de algo.
En aquel momento solo pude reír. Me entró la risa floja, ni me podía mantener sentada, me tumbé sobre sus piernas muerta de risa.
-¿Qué te pasa?- me preguntó divertido.
-¡No lo se!- dije entre carcajadas.
Entonces le vi el tatuaje, el que tiene detrás de la oreja. El se dio cuenta de que lo estaba observando.
-Es el nombre de mi hermana.
-Es muy bonito- le dije, y susurré- Maidie
-Me lo tatué porque a ella siempre le gustaron mucho los tatuajes, y cuando se puso enferma me lo pidió, y me lo hice.
-...
-No te preocupes, no está muerta- dijo riendo -solo tiene leucemia. Hace un año que no la veo, sigue en Italia.
-Yo también tengo a casi toda mi familia en España. Solemos ir alli en Semana Santa... O en Navidad
-Me encantaría ir a España.
Nos quedamos hablando hasta las nueve de la tarde. Entonces llegó la hora de irme a mi casa. Se le metió entre ceja y ceja acompañarme, no quería que volviera sola a mi casa. Fuimos dando un paseo, hablando de más cosas. Me enteré de que tenía diecinueve años, tres más que yo. También me enteré que vivía en Arezzo, una ciudad de la Toscana. Me dijo que la echaba mucho de menos. Cuando me quise dar cuenta habíamos llegado a la puerta de mi casa.
-Es aquí.
-¿Mañana nos vemos?
-Sí- respondí ruborizada, agachando la cabeza.
El rió, me miró tiernamente y me pellizco la mejilla.
-Nos vemos mañana- me dijo, y me dio un beso en la frente.
Entré en mi casa un poco nerviosa, colgué la chaqueta y subí a mi habitación. Solté toda la ropa de golpe en la cama. Descolgué el inalámbrico y marqué el número de Amanda. Ella era la mejor persona que conocía. Estaba como una cabra, siempre andaba haciendo tonterías y, a veces, me daba incluso verguenza, pero sabía de sobra que podía confiar en ella, siempre había estado ahí cuando lo necesité, ayudándome en todo lo que podía, haciendo de pañuelo para mis lágrimas. Era maniática, muy maniática, y yo me reía de ello. Mientras hacia fuerza con el dedo para marcar los duros números del teléfono, recordé una de las muchas noches que habíamos dormido juntas, esta vez en su casa. Después de cenar, se lavó por lo menos cinco veces los dientes y las manos. Decía que se sentía sucia. Al final acabó duchándose. Cuando salió, yo estaba tumbada en su cama sobre sus cojines, mirando la tele y con el mando en la mano. Ella salió y se metió conmigo para ver un programa de la MTV. Me fijé en que colocaba el cojín de todas las maneras, tumbado, boca arriba, de lado, del otro lado, boca a bajo, vertical, horizontal... Hasta que dió en el clavo colocando el cojín unos cuarentaycinco grados respecto a la base horizontal de la cama. Cuando acabó de ponerse cómoda, terminó el trabajo con un duro:
-¡Joder!
Pasé toda la noche riéndome de aquella payasada. Y la más importante de sus manías, siempre responde al teléfono en el tercer 'pi'. Era cariñosa, muy cariñosa y también muy mimosa. Le gustaba que la acariciaran, que le dieran mimos, que la cuidaran. También era una loca perdida del rosa. Me acuerdo del primer día que entré en su cuarto, lo habían arreglado, pintado, arreglado el suelo y cambiado los muebles. Cuando entré, abrí los ojos como platos, y le dije sonriente.
-¡Super pink!
Su cuarto le pegaba. Ahora ya había más colores, pero miraras donde miraras, encontrarías rosa.
Conté con los dedos, uno... Dos... Tres.
-¿Sí?
-Amanda- dije feliz.
-¡Moni! Espera- en el tiempo que estuve esperando, escuché los muelles de la cama, y a ella maldiciendo mil y una veces al cojín -¡Cuéntamelo todo!
Reí un poco y se lo conté. Se puso muy contenta, más incluso que yo. Cuarenta y tres minutos después, colgué. Me acaricié un poco la oreja, caliente y colorada.

...

Pasaron dos semanas, conseguí el móvil de Marco y lo apunté. Hablábamos casi todas las tardes, y siempre íbamos a su casa a estudiar español. Tuvo dos exámenes y en los dos sacó más de un ocho, estaba muy feliz. Pero poco duró mi felicidad. Una tarde no me llamó, no fui a su casa y no hablamos. Así una tarde, otra tarde, y otra... Me puse muy triste, Amanda me apoyaba y me animaba, pero no conseguía levantar cabeza. Una noche exploté, y llené la almohada de lágrimas. Me sentía desgraciada, pero a la misma vez imbécil por llorar sin sentido. Era un chico, uno más, uno más en la lista. En la lista de los chicos por los que siempre acababa llorando. Conseguí sobrellevar aquellas semanas sin hablar con él, incluso me hice a la idea de que nunca más lo vería. Aquella mañana desperté con los ojos hinchados, de nuevo. Fui al servicio y me froté la cara con fuerza. Me peiné haciendome una trenza al lado y me vestí. Un chándal deportivo gris claro y fino, un polo blanco y una chaqueta a juego con el pantalón. Me até las nike blancas y cojí la maleta y el móvil. De nuevo en el autobús, de nuevo atasco, de nuevo llegué tarde a matemáticas. Saqué los libros que tendría a continuación de matemáticas y el estuche. Abrí la taquilla y algo calló al suelo. Metí dentro la maleta y los demás libros. Recogí el posit y lo leí. 'Tengo que hablar contigo. Te echo de menos. Pásate por mi apartamento a la hora del descanso'. Sonreí plenamente.