miércoles, 3 de noviembre de 2010

✖2.

Por fin acabaron las clases, el día se me hizo eterno. Pasaron las tres, las tres y cuarto, las tres y media, yo cada vez andaba más nerviosa, las cuatro menos cuarto, los deberes los había terminado ya, las cuatro y cuarto, las cinco menos cuarto, las cinco y cuarto... Entonces me empecé a vestir. Me puse una camiseta nueva que tenía con purpurina, una rebeca, la chaqueta, unos pitillo oscuros, las botas altas y mi bufanda. Guardé el móvil en el bolsillo, y metí su bufanda bien doblada en una bolsa de plástico, estaba lloviendo y no quería que se mojara. Salí de mi casa, abrí el paraguas y me dirigí a la parada del autobús. Cuando me monté, me pareció ver a Andrew en la acera. Me froté los ojos y me puse los casquitos. El autobús parecía que no iba a llegar nunca, como estaba lloviendo iba aún más lento que por las mañanas, iba a caer mala con los nervios. El autobús paró, pero en medio de la calle, me quité los cascos para enterarme de qué ocurría. Había un gran ruido de los cláxones de los coches pitando, genial, un atasco. Le pedí al conductor que abriera las puertas, que tenía prisa. Como el ya me conocía de todas las mañanas, me hizo el favor. Aún quedaban casi tres barrios hasta mi instituto. Varias veces más me pareció ver a Andrew detrás mía, pero supuse que eran imaginaciones mías. Entonces, a través de la lluvia pude ver una figura corriendo hacia a mí. Empecé a correr hasta el instituto. De vez en cuando perdía el equilibrio gracias a la acera mojada, y en una de esas veces, aquella figura me agarró del brazo y me sujetó. No me podía mover, le di un paraguazo y un pisotón en el pie, me soltó, y entonces le arañé en el cuello, gritó de dolor. Quedaba menos para llegar al instituto. Corrí con todas mis fuerzas, y por fin entré dentro. No quería armar jaleo, así que andando rápida y silenciosamente me dirigí hacia las escaleras, subí a la tercera planta lo más ligero que pude y por fin me metí en el pasillo correspondiente. Busqué en las puertas el número 26 y cuando lo ví me dirigí a la correspondiente. Llamé dos veces al timbre, muy seguidas. Me abrió Marco.
-Pero, ¿qué te ha pasa...- entré rápida en la habitación.
Estaba muy asustada.
-Monica, por dios. Cálmate.
-No, no- estaba muy asustada, me asomé a la ventana y vi de nuevo a aquella persona -¿Ves? Está ahí, me ha perseguido. Marco me ha seguido hasta aquí...
Comencé a llorar
-Ahora vengo- dijo Marco.
Se puso su chaqueta y salio en pijama a la calle. Yo me mantenía asomada a la ventana, con el cristal evitando que la lluvia entrada y medio escondida entre la cortina. Aquella persona seguía allí, de vez en cuando posaba su mano en el cuello, pero no alcanzaba a verle la cara. Suspiré cerrando los ojos, cuando los abrí observé como aquella persona se iba corriendo y Marco aparecía en el lugar exacto donde había estado. Miraba hacia un lado y hacia otro. Entonces Marco miró hacia su ventana, donde estaba yo. Y volvió a subir. Llamaron a la puerta y abrí, Marco entró excitado.
-¡Qué imbécil! Se ha ido.
Lo miré asustada, no me apetecía para nada salir de la habitación, y menos volver sola a mi casa. Él se sentó sobre la cama, y se recostó sobre la pared. Asestó unas topaditas al colchón, señalando que me sentara. Unos minutos después lo hice.
-Me parece que mi profesora de español está hoy un poco nerviosa para dar la primera clase, ¿no?- le sonreí.
Me levanté de la cama y busqué entre mis cosas. Al fin, debajo de mi chaqueta, empapada, encontré la bolsa de plástico. Se la tendí y el la abrió.
-La bufanda. Esta mañana te la robé sin querer.
-No me había dado cuenta, pero gracias. Oye- subió las cejas como si estuviera a punto de decir algo interesante -me suenas de algo.
En aquel momento solo pude reír. Me entró la risa floja, ni me podía mantener sentada, me tumbé sobre sus piernas muerta de risa.
-¿Qué te pasa?- me preguntó divertido.
-¡No lo se!- dije entre carcajadas.
Entonces le vi el tatuaje, el que tiene detrás de la oreja. El se dio cuenta de que lo estaba observando.
-Es el nombre de mi hermana.
-Es muy bonito- le dije, y susurré- Maidie
-Me lo tatué porque a ella siempre le gustaron mucho los tatuajes, y cuando se puso enferma me lo pidió, y me lo hice.
-...
-No te preocupes, no está muerta- dijo riendo -solo tiene leucemia. Hace un año que no la veo, sigue en Italia.
-Yo también tengo a casi toda mi familia en España. Solemos ir alli en Semana Santa... O en Navidad
-Me encantaría ir a España.
Nos quedamos hablando hasta las nueve de la tarde. Entonces llegó la hora de irme a mi casa. Se le metió entre ceja y ceja acompañarme, no quería que volviera sola a mi casa. Fuimos dando un paseo, hablando de más cosas. Me enteré de que tenía diecinueve años, tres más que yo. También me enteré que vivía en Arezzo, una ciudad de la Toscana. Me dijo que la echaba mucho de menos. Cuando me quise dar cuenta habíamos llegado a la puerta de mi casa.
-Es aquí.
-¿Mañana nos vemos?
-Sí- respondí ruborizada, agachando la cabeza.
El rió, me miró tiernamente y me pellizco la mejilla.
-Nos vemos mañana- me dijo, y me dio un beso en la frente.
Entré en mi casa un poco nerviosa, colgué la chaqueta y subí a mi habitación. Solté toda la ropa de golpe en la cama. Descolgué el inalámbrico y marqué el número de Amanda. Ella era la mejor persona que conocía. Estaba como una cabra, siempre andaba haciendo tonterías y, a veces, me daba incluso verguenza, pero sabía de sobra que podía confiar en ella, siempre había estado ahí cuando lo necesité, ayudándome en todo lo que podía, haciendo de pañuelo para mis lágrimas. Era maniática, muy maniática, y yo me reía de ello. Mientras hacia fuerza con el dedo para marcar los duros números del teléfono, recordé una de las muchas noches que habíamos dormido juntas, esta vez en su casa. Después de cenar, se lavó por lo menos cinco veces los dientes y las manos. Decía que se sentía sucia. Al final acabó duchándose. Cuando salió, yo estaba tumbada en su cama sobre sus cojines, mirando la tele y con el mando en la mano. Ella salió y se metió conmigo para ver un programa de la MTV. Me fijé en que colocaba el cojín de todas las maneras, tumbado, boca arriba, de lado, del otro lado, boca a bajo, vertical, horizontal... Hasta que dió en el clavo colocando el cojín unos cuarentaycinco grados respecto a la base horizontal de la cama. Cuando acabó de ponerse cómoda, terminó el trabajo con un duro:
-¡Joder!
Pasé toda la noche riéndome de aquella payasada. Y la más importante de sus manías, siempre responde al teléfono en el tercer 'pi'. Era cariñosa, muy cariñosa y también muy mimosa. Le gustaba que la acariciaran, que le dieran mimos, que la cuidaran. También era una loca perdida del rosa. Me acuerdo del primer día que entré en su cuarto, lo habían arreglado, pintado, arreglado el suelo y cambiado los muebles. Cuando entré, abrí los ojos como platos, y le dije sonriente.
-¡Super pink!
Su cuarto le pegaba. Ahora ya había más colores, pero miraras donde miraras, encontrarías rosa.
Conté con los dedos, uno... Dos... Tres.
-¿Sí?
-Amanda- dije feliz.
-¡Moni! Espera- en el tiempo que estuve esperando, escuché los muelles de la cama, y a ella maldiciendo mil y una veces al cojín -¡Cuéntamelo todo!
Reí un poco y se lo conté. Se puso muy contenta, más incluso que yo. Cuarenta y tres minutos después, colgué. Me acaricié un poco la oreja, caliente y colorada.

...

Pasaron dos semanas, conseguí el móvil de Marco y lo apunté. Hablábamos casi todas las tardes, y siempre íbamos a su casa a estudiar español. Tuvo dos exámenes y en los dos sacó más de un ocho, estaba muy feliz. Pero poco duró mi felicidad. Una tarde no me llamó, no fui a su casa y no hablamos. Así una tarde, otra tarde, y otra... Me puse muy triste, Amanda me apoyaba y me animaba, pero no conseguía levantar cabeza. Una noche exploté, y llené la almohada de lágrimas. Me sentía desgraciada, pero a la misma vez imbécil por llorar sin sentido. Era un chico, uno más, uno más en la lista. En la lista de los chicos por los que siempre acababa llorando. Conseguí sobrellevar aquellas semanas sin hablar con él, incluso me hice a la idea de que nunca más lo vería. Aquella mañana desperté con los ojos hinchados, de nuevo. Fui al servicio y me froté la cara con fuerza. Me peiné haciendome una trenza al lado y me vestí. Un chándal deportivo gris claro y fino, un polo blanco y una chaqueta a juego con el pantalón. Me até las nike blancas y cojí la maleta y el móvil. De nuevo en el autobús, de nuevo atasco, de nuevo llegué tarde a matemáticas. Saqué los libros que tendría a continuación de matemáticas y el estuche. Abrí la taquilla y algo calló al suelo. Metí dentro la maleta y los demás libros. Recogí el posit y lo leí. 'Tengo que hablar contigo. Te echo de menos. Pásate por mi apartamento a la hora del descanso'. Sonreí plenamente.

1 comentario:

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