sábado, 16 de abril de 2011

Asustada. Sentía muchísima impotencia. Tenía un nudo en la gargante desde la noche anterior. No me lo podía creer, aquello no podía estar pasando. Quería mantenerme a salvo, pero por encima mía estaba Marco. No permitiría nunca que le hicieran daño, el más mínimo. Antes de mí estaba él, él y su bienestar, él y su seguridad. Estaba asustada porque no quería perderlo. Tenía miedo. Mentira, tenía pánico.
Marco me había acompañado a mi casa después de llegar al café. Me terminé el chocolate y nos montamos en el coche. Ni una palabra en los casi veinte minutos de la cafetería a mi casa. Ni una sola maldita palabra, todo el tiempo hubo un silencio tan... incómodo. Iba completamente distraído, se saltó varios semáforos y tuvo que frenar bruscamente para no atropellar a dos perros que cruzaban la carretera a sus anchas. En el coche yo no tenía miedo, pero si desconfianza. Llegamos a mi puerta y abrí.
-¿Quieres entrar?- me atreví a decir.
-Mejor no- me sonrió -Ya hablamos
Me besó la frente y se fue.
¿'Ya hablamos'? ¿Qué quería decir 'ya hablamos'? ¿Cómo se atrevía a decirme eso? No sabía si aquello que me presionaba el pecho y los pulmones era rabia o angustia.
Fui a la cocina y cogí una taza del armario sin mirar cuál. Miraba a la pequeña grieta que había en el azulejo amarillo. Eché leche en la taza y la metí en el microondas para calentarla. Esperé apoyada sobre la encimera de la cocina hasta que quedaban apenas unos segundos. Entonces apreté el botón de 'Stop'. Siempre lo hacía, odiaba el sonido que hacía cuando terminaba de calentar. Saqué la taza sin darme cuenta de que me quemaba la mano. Espolvoreé un poco de colacao en la taza y azúcar. Y sorbí.
-¡Joder!- grité y empecé a llorar.
Me había quemado los labios y la lengua y me dolían. Me dolían mucho. Pero por eso no lloraba. Sin poder parar de hacerlo me acosté.

...


Volví a mi apartamento, sin vida. Como si alguien me llevara. No era dueño de mi cuerpo. Conducía, simplemente. Sin prestar mucha atención al volante, ni a la carretera, ni a los semáforos... A nada.
Sólo pensaba en aquel hijo de puta que me tenía acojonado. No por mí. Por Monica.
¿Qué es lo que quería?, ¿de qué iba el nota?, ¿qué quería de Moni?...
Entré dentro y me senté en la cama. No lloraba, porque, al fin y al cabo, yo había tomado esa decisión. Por mucho que me doliera. Apretaba los puños. No quería llorar, no quería verme llorando... No...
Pero, ¿para qué engañarnos? Quería a Moni, más de lo que pensé que podría llegar a quererla, la amaba. Era quizás una de las pocas razones por las que continuaba allí, en Seatle. Cogí la foto de Maidie y entonces sentí la falta que me hacía verla, y abrazarla, y darle besos. También entonces descubrí que si faltaba una semana a clase no me pasaría nada. Y Moni... Moni estaría bien. Sin ese capullo detrás suya. Sin mí.

domingo, 9 de enero de 2011

✖6

-¡Qué película tan bonita!- me dijo Amanda emocionada.
Al final consiguió que viéramos la que ella quería. La verdad es que no nos importó mucho, porque siempre éramos nosotros los que escogíamos, así que por una vez no nos iba a pasar nada. Amanda iba tan contenta y tan brillante que daba gusto verla. En nuestro grupo éramos pocas chicas, nosotras dos, Alice y Olivia. Los demás eran todo chicos, nueve. Nos colocamos en grupo y le pedí a una señora que nos hiciera una foto a todos juntos. Yo me coloqué entre Amanda y Jaden. Jaden había sido mi mejor amigo desde tiempos inmemorables. Lo conocí en la guardería y desde entonces habíamos permanecidos juntos. Era alto, moreno y con los ojos oscuros, y tenía el pelo castaño también muy oscuro, muy guapo. Era una buenísima persona y tenía un gran carácter. Había sido siempre como otro hermano, porque la verdad esque pasábamos la mayoría del tiempo uno en casa del otro.
Amanda se me acercó, olía a fresa.
-He conocido a un chico- me susurró al oido.
-¿Dónde, pillina?
-Por internet. He quedado con él mañana.
-¿Estás segura?
-Sí, es tan...- y comenzó a reir mientras se tornaba roja.

...


Marco me pitó desde su coche, estaba aparcado justo en la puerta del centro comercial. Me despedí de mis amigos y subí con él. Dentro del coche hacía mucho más calor que fuera. Me quité una cazadora de piel negra que llevaba y la puse en los asientos de atrás. Estaba oscureciendo, pero aún eran tan sólo las siete. Miré a Marco, la poca luz que quedaba se reflejaba en su perfil, y el resto de la cara permanecía a la penumbra. Le hice una foto con mi móvil.
-¿Qué has comprado?
Suspiró.
-Muchas cosas. No sé dónde las voy a guardar...
-¿Y a tu hermana?
-La mayoría de los regalos son para ella. Le he comprado un peluche de Winnie the pooh gigante, collares y pulseras, pendientes...
-Dios... ¿De dónde sacas el dinero?
-Mis padres suelen enviarme algo cada mes, y mi abuela me envió dinero hará unos dos meses. También gano algo con la cafetería. ¿Vamos a tomar algo?
-Está bien. ¿Quién invita?
-Adivina- dijo alzando las cejas y propinando unos golpecitos en su cartera.
Mientras arrancaba decidí llamar a Adrián. Lo llamába dos o tres veces al mes, porque las llamadas internacionales son bastante, ¡qué digo bastante!, son muy caras. Dió la llamada como treinta segundos, y salió el buzón de voz.
-Esta es tonta- le dije sin pensármelo a la máquina.
Colgué enfadada por haber gastado saldo en un maldito buzón de voz. De repente me acordé de Adrián y de cuando, un año, de pequeños estuvimos en España. Concretamente en Sevilla, en Semana Santa. Estábamos dentro de la bulla de personas con nuestros padres, pero nos despistamos de ellos y nos perdimos. Yo me puse muy triste y empecé a llorar. Tendríamos siete y catorce años más o menos. Él me cogió en brazos y me llevó toda la tarde a cuestas. Estuvimos dando muchísimas vueltas, hasta que llegamos a la casa de mi abuela, que vivía retirada del centro. Mi hermano me compró una piruleta, un algohodón de ázucar y más chucherías para que no llorara. Cuando llegamos a casa de mi abuela ya era casi de noche. Adrián se sentó en el sofá y yo me senté encima suya. Me atrincheré en su cuello y nos quedamos dormidos. Estábamos agotados. Yo de llorar y él de llevarme encima toda la tarde. Cuánto lo echo de menos.
Después de unos diez minutos conduciendo, llegamos a la cafetería. Me puse la chaqueta sobre los hombros y salí del coche. Hacía mucho frío fuera y entré rápidamente a la cafetería, dentro se estaba muy agusto. Marco me indicó que me sentara en unos sillones que había colocados en una esquina del recinto, junto a un escaparate. Marco no tardó mucho en reunirse conmigo.
-¿Dónde pasas estas Navidades?
-Supongo que viajaré a Italia, con la familia. ¿Y tú?
-Este año creo que no vamos a España, y Adrián tampoco viene... Así que la pasaré aquí con mis padres o iré a alguna fiesta... No sé, ya me las apañaré.
-¡Marco! ¿Qué haces por aquí si hoy libras, cabrón?- le dijo divertido uno de los camareros.
-Para que no te olvides de mí, graciosín- respondió Marco con aire pícaro.
-Tonto- dijo el camarero guiñándole un ojo -¿Qué queréis tomar?
-Para ella...
-Un chocolate con leche.
-Y para mí un café.
-Está bien, pues ahora lo traigo. No tardo, eh.
-¡Vete ya!- bromeó Marco empujándolo.
Continuamos hablando. Me fascinaba su manera de hablar, de expresarse. Parecía que escogiera las palabras propicias, y lo hacía de maravilla. Charlie, el camarero, se nos volvió a acercar un tanto extrañado.
-Tío...- se refirió muy serio a Marco.
-¿Qué ocurre?
-Un chaval muy raro me ha dado esta nota para que te lo de a tí. No paraba de mirarla- lo último lo dijo levantando la barbilla e indicando con la cabeza en mi dirección.
Marco abrió la nota rápido y la leyó. Hizo una bola y la tiró en la mesa.
-¿Se ha ido?
-Iba a los aparcamientos.
-¡Quédate con Monica!
Salió corriendo, y yo me quedé allí. Petrificada y bastante asustada. Algo dentro de mí sabía que era la misma persona que me siguió, a la que Marco siguió  y la que entró en mi jardín. Cogí la bola de papel, la desenvolví con mucho cuidado y la leí.
'Aléjate de ella'

sábado, 1 de enero de 2011

✖5

Sonó el despertador a las seis y media de la mañana. Me incorporé en la cama y estiré los brazos, giré el cuello, la espalda, las piernas e incluso los dedos de los pies. Hoy había amanecido muy pronto y, extrañamente, no llovía, ni granizaba, ni nada por el estilo. Miré el despertador para apagar la alarma y ví una nota en un papel blanco debajo de éste. 'Espero no haber hecho ruido al irme. Se me olvidó decirte que te quiero '. Doblé la nota y la guardé en el cajón de la ropa interior. Me di una ducha antes de ir a clase. Hoy tenía suficiente tiempo, una hora y media exactamente para que empezasen las clases. Cuando llevaba un rato en la ducha, se me ocurrió mirar mi reloj Casio, rosa. Me lo había regalado Adrián antes de irse a España. Recuerdo perfectamente que llegué una semana entera tarde a clase, me dormía o se me pasaba el tiempo volando. El último día de la semana, cuando llegué a casa y solté la maleta en mi cuarto, había una pequeña cajita de regalo, rosa, encima de la cama. A su derecha había una nota, rosa, en la que ponía, 'Más te vale usarlo'. Lo abrí ilusionada y entonces descubrí el Casio rosa. Me enamoré de él, nunca había visto un reloj Casio rosa. Desde ese día no me quito el reloj. Lo uso siempre, aunque nunca me sirvió de nada. Miré la hora. Las siete. Dios, había pasado media hora debajo del agua. Salí y me vestí. Me sequé un poco el pelo y me lo peiné, aunque lo dejé 'rebelde'. Hice la maleta y me fui a la cocina. Estaba todo patas arriba, mis padres llegaron ayer contentos. Recogí todo un poco para abrirme hueco y poder dejar una bandeja. Me hice un colacao y me lo tomé rápido. Decidí salir de allí ya, no quería llegar tarde a Matemáticas.

...

Un día que llego temprano a clase, un día que falta la profesora. Como era la primera clase del día, no teníamos deberes. Saqué un cuaderno de cuadritos y comencé a repasar las líneas dibujando cuadritos con el grafito del lápiz. Me gustaba hacer eso, me ayudaba a reflexionar. Mi vida había cambiado mucho. Antes todo era una rutina y, aunque lo seguía siendo, ya no era monótona. Me gustaba. Me gustaba levantarme y que él fuera en lo primero en lo que pensara. Me gustaba acostarme y que él fuera en lo último que me pasara por la cabeza. Me gustaba recordar sus besos y que se me erizara la piel. Me gustaba volver a pensar en sus caricias y que mil escalofríos me recorrieran. Me gustaba la forma en que me hablaba y cómo lo hacía, las palabras que decía y cómo las usaba. Me gustaba él. Me gustaba Marco. Mi Marco. Me gustaba él en todo su conjunto, en todo su ser y todo lo que ello significaba. Me gustaba su acento italiano cuando hablaba. Me gustaba su risa, esa que hacía que se le formaran dos hoyuelos en los mofletes. Me gustaban sus comisuras de los labios, que se giraban ligeramente hacia arriba y le daban a su boca ese aire tan atractivo. Me gustaba su pelo y entrelazar mis dedos en el. Me gustaban sus manos, grandes y fuertes pero suaves y lisas.
-Monica.
-Eh... Sí, dime- le dije a Amanda sonriéndole.
-Esta tarde hemos quedado para ir al cine. ¿Vienes con nosotros?
-¡Vale! Hablo con Marco y se lo digo, ya lo veré después.
-Está bien. ¿A que no sabes qué?
Seguimos hablando de mil cosas más, de cientos de cotilleos de los que no me había enterado. Llegó la hora de gimnasia, justo antes del recreo y fuimos al gimnasio. Este trimestre estábamos dando clases de salsa, para hacerlo más llevadero, y como apenas faltaban dos semanas para que terminara el curso, estábamos preparando una coreografía. Los encargados de montarla éramos Tom y yo. Quiero resaltar que yo no quería hacerlo, pero como ninguna chica quería lo echamos a suerte, y lo mío, precisamente, no es la suerte. Puse el CD de la canción y le di a stop para que no empezara a sonar. Me subí los pantalones por la rodilla y me quedé en calcetines. Tom hizo lo mismo. Nos pusimos en nuestros puestos y la profesora le dio al play.
-¡Un, dos, tres, cuatro!- gritó Tom al empezar a sonar la canción, y tras el cuatro comenzamos a andar hacia delante para 'encontrarnos'.
-Un, dos, tres, cuatro. Un, dos, tres, cuatro...- marcábamos durante toda la coreografía hasta que por fin acabamos y empezaron a aplaudir.
Estuvimos ensayando hasta que terminó la clase, y nos fuimos a las duchas. Me di una ducha ligera y le dije a Amanda que iba con Marco.

...

-Marco.
-Dime- me dijo sonriendo.
-¿Te importa si esta tarde voy con mis amigos al cine?
-Claro que no, ¿a cuál vais?
-Al que está en el centro comercial.
-Ah, pues yo voy a ir a comprarle regalos a mi familia. Si quieres después te recojo.
-Vale. Oye, ¿qué hora es?
-Faltan diez minutos para que termine el recreo.
-Tengo alternativa después del recreo. Pero no voy a ir.
-¿Alternativa? ¿Qué estudiáis en alternativa?
-Pues... Nada. Es una hora libre a la que le han puesto ese nombre. Los que dan religión van a una clase y los que no vamos a alternativa, pero no hacemos nada.
-¿Te quedas?- dijo mirándome mostrándome su risa más bonita.
-Si quieres.
Yo estaba en la cama y él estaba sentado en la silla. Se tiró encima mía y empezó a darme besos.
-¡Ti amo!

viernes, 3 de diciembre de 2010

✖4

-No creo en esas cosas.
-¿Ni en la ciencia?- pregunté curiosa.
-Ni en la ciencia ni en Dios. La ciencia ha demostrado que Dios ha muerto. Pero tampoco creo en la ciencia. Aún sigue sin explicar los sentimientos- me dijo sonriendo, mirándome a los ojos. Esos ojos azules...
Y era verdad. Quizá la ciencia explica la gran mayoría de las cosas, pero aún no ha explicado la que, seguramente, es la cosa más importante para el ser humano. Los sentimiento. Se pueden demostrar, y también se puede intentar dar explicaciones subjetivas. Puedes decir, quiero, amo, odio, a esta persona por cómo es. Pero no es posible dar una explicación concreta del por qué surgen, del por qué surge ese sentimiento y no otro. Esto no viene a cuento, pero creo que si pudiéramos elegir de quién enamorarnos, no sería igual de bonito. Elegiríamos enamorarnos de quien nos ama, no de quién el corazón elige. No sería igual de bonito. 
Íbamos hablando en el camino a mi casa. Él me pasó el brazo por el hombro y yo le agarraba de la cintura. Llegamos a la puerta de mi casa. Las luces estaban apagadas, no me sorprendió. Habrían salido de nuevo.
-¿Y tus padres?- preguntó buscando alguna luz en mi casa.
-No están. Nunca están- dije un poco incómoda.
-Si quieres me quedo hasta que vuelvan.
-No me da miedo quedarme sola- dije entrando en mi casa y cerrando la puerta. La volví a abrir riendo -¡Entra tonto!
Lo agarré de la chaqueta y lo metí dentro. Encendí la luz y subimos a mi cuarto. Me cambié de ropa y me puse el pijama. Una camisa ancha que daba mucho calor y unos pantalones cortos de pelitos. Me puse unos calcetines gordos y encendí la calefacción. Volví a mi cuarto y me senté a su lado en la cama.
-¿Tienes hermanos?- preguntó.
-Sí, uno grande que está en España y otro pequeño. ¿Por qué?- me señaló un chupete que estaba tirado en el suelo.
-¿Cómo se llaman?
-El pequeño se llama Albertito, y el grande Adrián- le cogí la mano y la acaricié por la palma.
La piel se le puso de gallina y sonrió.
-Te hace cosquillas- reí.
Él me las buscó a mí, pero no me encontró en ningún sitio. Sólo había un lugar donde no miró y donde estaban escondidas. Empezó a besarme la frente, las mejillas, los labios, la barbilla y cuando llegó al cuello me ericé yo. Empezó a reir.
-Las acabo de encontrar.
No le quise decir que no eran cosquillas, sino que me ponía tonta. Reí para mis adentros.
Un rato más tarde miré el reloj. Eran las dos y aún no habían venido.
-No van a venir a dormir. Si quieres vete a tu casa, no vayas a estar mañana muy cansado para ir a clase.
-No quiero dejarte sola.
-Pues entonces quédate.
Me miró y me besó. Fuimos al salón y nos sentamos en el sofá.
-¿Echas de menos a tu hermano?
-A Adrián sí... Muchas veces. Porque con él y con mi abuela he pasado toda mi vida. Y ahora se han ido los dos...- dije apunto de llorar.Hice una pausa y me besó el pelo -Cuando mis padres salían, nos quedábamos con mi abuela Ana. Mi hermano y yo tenemos la misma relación con mis padres, y cuando mi abuela murió... Cambió todo, mis padres no estuvieron con ella en el hospital cuando deberían haber estado. La tarde que mi abuela se puso peor, ellos estaban cenando con unos amigos, y nos dejaron a mi y a Adri en el hospital con ella. Yo me quedé en la habitación con ella, porque se puso muy mal, y Adrián los llamó. Cuando terminaron de cenar, tranquilamente llegaron. Pero ya no...- empecé a llorar.
Me tranquilizó y seguí.
-A mi hermano eso le enfadó mucho, y un mes después se fue a España con unos tíos. La última vez que vino lo hizo cuando nació Albertito.
Zwölf comenzó a ladrar eufórico. Marco se puso de pié.
-¿Has oído eso?- preguntó asustado.
-No, habrá sido el perro.
-No, no ha sido el perro.
Se levantó, buscó por el pasillo algo y vino a por mí al salón corriendo, me cogió en brazos y me llevó a mi cuarto, me metió en el armario.
-No vayas a salir, ni chilles ni nada. Toma mi móvil. Espera a que yo vuelva a por tí.
Cerró la puerta y se fue.

...



Estaba seguro de que había oído un ruido. Cerré la puerta de la casa con el pestillo. Me dirigí hacia los ventanales del salón. La casa era muy grande, no me explicaba como a Monica no le daba miedo quedarse sola. Ella era aquello que anduve buscando tanto tiempo. Siempre me sentí vacío, hasta que la conocí y me enamoré. Es extraño, nunca pensé que lo haría de alguien menor que yo. Ella era especial. Parecía delicada pero era muy fuerte, cariñosa y llena de amor, pero a su vez era fría. No necesitaba nada de sus padres, era independiente. Con la manga de la sudadera hice un redondel en la ventana, limpiando el vaho. Vi una figura negra, se movía rápido pero silencionamente. Sin hacer ruido, salí fuera de la casa. Me acerqué a él, lentamente y delicadamente. CRACK. Pisé una rama. Aquella persona se giró, me vió y salió corriendo. Lo perseguí hasta que se había alejado lo suficiente. Volví a la casa, alterado y furioso. Estaba seguro de que había sido el mismo que el de la otra vez. Llegué a la casa, cerré con llave. Fui al cuarto de Monica. Sonreí, no quería asustarla. Abrí el armario, pero allí no había nadie. Me quedé paralizado. Se me pasaron mil cosas por la cabeza. Como que el ladrón ese tenía un compinche que me había despistado mientras él había entrado en la casa y había raptado a Monica.


...


-¿Marco?- le pregunté.
-¡Joder!- gritó dando un salto -¡Qué susto!
Corrió hacia mí y me abrazó, muy fuerte. Divina sensación. Le pregunté por el ruido, y el me contó su 'aventura'.
-...Pensé que te habían raptado- dijo poniéndose colorado y agachando la cabeza por la verguenza.
Empecé a reír. No podía parar. Había tenido mucha gracia.
-¿Sabes qué?- me dijo muy serio. La risa se me cortó.
-...¿Qué?
-Eres la persona más guapa cuando te ríes. Y cuando no, también.
Ahora fui yo la que se puso colorada y agachó la cabeza. Marco empezó a dar carcajadas. Se tumbó en la cama de la risa y yo aproveché para hacerle cosquillas. Era como un niño pequeño. Reía, sus labios dejaban entrever los dientes tan blancos que tenía. Se equivocaba. Él era infinitamente más guapo

domingo, 21 de noviembre de 2010

✖3

La felicidad, se podría decir que es un estado emocional, psicológico, en el que todo es maravilloso a tus ojos. Felicidad es, como decirlo, ¿estar alegre?, ¿estar contento? Pero, ¿cómo sabríamos qué es estar alegre, contento o feliz, sin conocer antes la tristeza, la maldad, la melancolía...? ¿Podríamos diferenciar una cosa de otra? Creo que ni siquiera podríamos ser capaces de ser feliz. Felicidad, entiendo que llega después de la tristeza, o antes, según se mire. Después, no se cómo, la felicidad se acaba y nos estancamos permanentemente o por un tiempo, nos estancamos en ¿la rutina?, no se cómo lo podría explicar, pero nos estancamos. Pasa un tiempo en el que tu estado de ánimo no cambia mucho. No estás feliz, pero tampoco triste, ni contenta, ni melancólica. Aún así, creo que la felicidad es algo muy bonito, algo que para cada uno, es distinto. ¿Se podría decir que el amor viene acompañado de felicidad? Otra pregunta más que no podría contestar. Pero así me sentía yo. Feliz, estaba feliz y realmente no tenía motivo. Había quedado con Marco en unas horas, vale. Pero ¿realmente tenía motivo para estar así? No me interesaba eso. Lo único que en aquel momento me parecía de verdad importancia era que iba a ver a Marco. Matemáticas. Siempre odiaré esa clase, por el resto de mis días. Y como de costumbre se me hizo eterna. En el cambio de clase se me ocurrió sentamre en los bancos del pasillo, para que me diera un poco el aire. Me asomé al patio que había alli en medio, nunca comprenderé que hacia un patio como aquel, en aquel sitio. Repleto de plantas, todo tipo de plantas. Palmeras, flores, árboles grandes, alcornoques. Mi instituto era realmente grande. Miré hacia las ventanas de la residencia. Todos, todos menos uno, tenían en la ventana los zapatos. Sonreí y volví a entrar en la clase. Latín y, por fin, llegó la hora antes del descanso. Tuve una idea.
-Profesora- dije con voz ronca y poniendo mala cara -no me encuentro muy bien, ¿puedo ir al servicio?
La profesora hizo una mueca de desconfianza, pero después de todo yo no solía fingir que me encontraba mal, ni me saltaba clases, al menos no queriendo, ni era mala alumna.
-Claro Moni, sal- dijo sonriéndome al final.
Salí del aula y me dirigí al despacho del director. Llamé a la puerta y me dirigí a él dispuesta a mentir de nuevo.
'Chica mala' pensé para mi misma, riendo.
-¿Si?- rompió el silencio una voz grave desde el interior de la sala.
-Perdone, me envía la profesora Katwin. Quisiera saber si el profesor de francés ha venido.
-Un momentito señorita- me sonrió y comenzó a pasar las hojas de una libreta con las pastas de piel. -No, me parece que hoy ha vuelto a faltar. Vaya, ya van dos semanas.
Interrumpió la frase, creo que la hubiera querido decir para sí mismo, pero se le escapó. Le di las gracias y me dirigí a la puerta. Por el rabillo del ojo pude ver como cogía el teléfono. Reí para mis adentros. Volví a la clase, fingiendo que me encontraba mucho mejor. Incluso me pellizqué las mejillas para que dieran mejor aspecto a mi cara. Pasé por el asiento de Amanda, de Mathew, que llevaba unas bragas en el cuello, y él no se solía abrigar. No le di muchas vueltas y me dirigí a mi asiento, la penúltima fila a la derecha de la clase. Miré la agenda, el horario de clase y confirmé contenta que la hora siguiente del recreo era francés. Una hora y media, tenía una hora y media para estar con él. Observé que, de vez en cuando, Mathew me lanzaba miradas con furia. Acabó la clase y Amanda vino a mi mesa rápida.
-¿No te encontrabas mal, a que no?- preguntó riendo. Era increíble como me conocía.
-¡Claro que no! Me voy, he quedado con Marco.
-¡Lo sabía! ¡Lo tienes enamoradito chica!
Me colgué la maleta casi vacía en la espalda, y me dispuse a subir.
A cada escalón me sentía menos segura y me hacía pequeñita e insignificante. Llegué a la tercera planta casi consumida por la timidez y la inseguridad. No se de dónde saqué el valor suficiente para acercarme a su puerta. Estaba entornada y había un posit pegado a la puerta. 'Entra, estoy en la ducha. Espérame fuera' Quité el posit y preguntándome aún si el posit se dirigía a mí me decidí a entrar. Dejé la chaqueta sobre la silla y la maleta en el suelo. Oí el sonido del agua de la ducha. Pasé la mano sobre la colcha de la cama, tersa y suave. Me senté en ella. El sonido de la ducha paró, pero no reparé en ello. Me levanté y me dirigí a la mesita de noche. Había una foto de una niña pequeña, sin enmarcar. La miré detenidamente, era muy guapa. Tenía el pelo rizado negro, y los ojos azules intenso, un color que ya me era familiar. La giré y en la parte de atrás pude leer Maidie. Realmente era muy guapa. Parecía una muñeca de porcelana, vestida con un traje blanco, suelto. Mostraba una tierna sonrisa mientras escondía las manos en la espalda, parecía tímida. Me quedé embobada con la foto.
-No sabía si querrías venir.
Me giré rápidamente, alterada, un poco asustada. Era Marco, pero no me lo esperaba. Iba sin camiseta, con unos pantalones gris oscuro largos. Sus pies descalzos se apoyaban en la moqueta parda. Hacía mucho calor en la habitación, pero no por él, la calefacción estaba puesta. Debió notar que me asusté.
-Lo siento, no quería asustarte. Pero esque no sabía si vendrías.
-¿Por qué no iba a venir?- dije cabizbaja y un poco cortada.
-Creía que no me volverías a dirigir la palabra, después de...
-Imposible- le interrumpí y sonreí, pero sin que él me viera.
Me quité el pañuelo, y lo dejé sobre la silla. Él estaba detrás mío. Se sentó en la cama, escuché como se hundía el colchón.
-Al principio no me lo podía creer. Me creía el ser más estúpido del mundo. Enamorarme de una persona sin conocerla. ¿Tú qué dices?- continuó sin darme tiempo a responder -Soñaba con ella, con como sería conocerla, estar con ella, juntos. Y entonces, un día conocí a una chica, bastante parecida a ella. Similiares en cuanto a forma de andar, sus rasgos de la cara... Tú. Exactamente igual que aquella chica.
-¿Cómo?
-¿Por qué no me lo dijiste?- dijo acercándose a mí.
-¿El qué?
-¿Por qué cuando te conté lo de la chica con la que me tropecé, no me dijiste que eras tú?
-Yo...
-Me dio tanta rabia cuando me di cuenta...- me tumbó en la cama -No me lo podía creer. Tenía a la chica con la que soñaba delante de mis narices. No quería aceptar que era ella, no quería verte como la chica de la que estoy enamorado. Hasta que te ví, y mi cabeza no tuvo más que aceptarlo.
-Marco yo...
-Monica, ¿sabes que significas en este momento para mí? Créeme, no sabes lo que siento por tí. Monica yo te quiero. Te quiero Monica, te quiero.
No me inmuté, me erguí lentamente y me senté en la cama, sujetandome en mis brazos. Entonces él se sentó a mi lado, me miraba. Se acercó un poco más, y más hasta que se detuvo a unos milímetros de mi cara. Me la sujeto con las dos manos, suaves y fuertes, templadas. Se acercó a mis labios. Yo lo miraba, lo contemplaba desde cerca. Me di cuenta entonces que de verdad lo quería, ¿por qué no? Aún a unos milímetros de distancia, conseguí articular.
-Te quiero
Quizás la cosa más sincera que diría en todo el día. Me besó. Los labios dulces y suaves, carnosos, sobre los míos. Me aferré a su cuello con las dos manos y, lentamente, caímos sobre la cama. Estuvimos un rato así, besándonos intensamente, con cariño, con amor. Nos abrazamos, él me cubría con sus brazos, dándome calor, calor humano, calor del bueno. Eché la cabeza sobre su pecho, él me acariciaba la barriga y yo trazaba garabatos sobre su tripa. Cuando acercaba mi dedo al ombligo, la piel se le erizaba. Dios, podría aver pasado así el resto de mi vida.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

✖2.

Por fin acabaron las clases, el día se me hizo eterno. Pasaron las tres, las tres y cuarto, las tres y media, yo cada vez andaba más nerviosa, las cuatro menos cuarto, los deberes los había terminado ya, las cuatro y cuarto, las cinco menos cuarto, las cinco y cuarto... Entonces me empecé a vestir. Me puse una camiseta nueva que tenía con purpurina, una rebeca, la chaqueta, unos pitillo oscuros, las botas altas y mi bufanda. Guardé el móvil en el bolsillo, y metí su bufanda bien doblada en una bolsa de plástico, estaba lloviendo y no quería que se mojara. Salí de mi casa, abrí el paraguas y me dirigí a la parada del autobús. Cuando me monté, me pareció ver a Andrew en la acera. Me froté los ojos y me puse los casquitos. El autobús parecía que no iba a llegar nunca, como estaba lloviendo iba aún más lento que por las mañanas, iba a caer mala con los nervios. El autobús paró, pero en medio de la calle, me quité los cascos para enterarme de qué ocurría. Había un gran ruido de los cláxones de los coches pitando, genial, un atasco. Le pedí al conductor que abriera las puertas, que tenía prisa. Como el ya me conocía de todas las mañanas, me hizo el favor. Aún quedaban casi tres barrios hasta mi instituto. Varias veces más me pareció ver a Andrew detrás mía, pero supuse que eran imaginaciones mías. Entonces, a través de la lluvia pude ver una figura corriendo hacia a mí. Empecé a correr hasta el instituto. De vez en cuando perdía el equilibrio gracias a la acera mojada, y en una de esas veces, aquella figura me agarró del brazo y me sujetó. No me podía mover, le di un paraguazo y un pisotón en el pie, me soltó, y entonces le arañé en el cuello, gritó de dolor. Quedaba menos para llegar al instituto. Corrí con todas mis fuerzas, y por fin entré dentro. No quería armar jaleo, así que andando rápida y silenciosamente me dirigí hacia las escaleras, subí a la tercera planta lo más ligero que pude y por fin me metí en el pasillo correspondiente. Busqué en las puertas el número 26 y cuando lo ví me dirigí a la correspondiente. Llamé dos veces al timbre, muy seguidas. Me abrió Marco.
-Pero, ¿qué te ha pasa...- entré rápida en la habitación.
Estaba muy asustada.
-Monica, por dios. Cálmate.
-No, no- estaba muy asustada, me asomé a la ventana y vi de nuevo a aquella persona -¿Ves? Está ahí, me ha perseguido. Marco me ha seguido hasta aquí...
Comencé a llorar
-Ahora vengo- dijo Marco.
Se puso su chaqueta y salio en pijama a la calle. Yo me mantenía asomada a la ventana, con el cristal evitando que la lluvia entrada y medio escondida entre la cortina. Aquella persona seguía allí, de vez en cuando posaba su mano en el cuello, pero no alcanzaba a verle la cara. Suspiré cerrando los ojos, cuando los abrí observé como aquella persona se iba corriendo y Marco aparecía en el lugar exacto donde había estado. Miraba hacia un lado y hacia otro. Entonces Marco miró hacia su ventana, donde estaba yo. Y volvió a subir. Llamaron a la puerta y abrí, Marco entró excitado.
-¡Qué imbécil! Se ha ido.
Lo miré asustada, no me apetecía para nada salir de la habitación, y menos volver sola a mi casa. Él se sentó sobre la cama, y se recostó sobre la pared. Asestó unas topaditas al colchón, señalando que me sentara. Unos minutos después lo hice.
-Me parece que mi profesora de español está hoy un poco nerviosa para dar la primera clase, ¿no?- le sonreí.
Me levanté de la cama y busqué entre mis cosas. Al fin, debajo de mi chaqueta, empapada, encontré la bolsa de plástico. Se la tendí y el la abrió.
-La bufanda. Esta mañana te la robé sin querer.
-No me había dado cuenta, pero gracias. Oye- subió las cejas como si estuviera a punto de decir algo interesante -me suenas de algo.
En aquel momento solo pude reír. Me entró la risa floja, ni me podía mantener sentada, me tumbé sobre sus piernas muerta de risa.
-¿Qué te pasa?- me preguntó divertido.
-¡No lo se!- dije entre carcajadas.
Entonces le vi el tatuaje, el que tiene detrás de la oreja. El se dio cuenta de que lo estaba observando.
-Es el nombre de mi hermana.
-Es muy bonito- le dije, y susurré- Maidie
-Me lo tatué porque a ella siempre le gustaron mucho los tatuajes, y cuando se puso enferma me lo pidió, y me lo hice.
-...
-No te preocupes, no está muerta- dijo riendo -solo tiene leucemia. Hace un año que no la veo, sigue en Italia.
-Yo también tengo a casi toda mi familia en España. Solemos ir alli en Semana Santa... O en Navidad
-Me encantaría ir a España.
Nos quedamos hablando hasta las nueve de la tarde. Entonces llegó la hora de irme a mi casa. Se le metió entre ceja y ceja acompañarme, no quería que volviera sola a mi casa. Fuimos dando un paseo, hablando de más cosas. Me enteré de que tenía diecinueve años, tres más que yo. También me enteré que vivía en Arezzo, una ciudad de la Toscana. Me dijo que la echaba mucho de menos. Cuando me quise dar cuenta habíamos llegado a la puerta de mi casa.
-Es aquí.
-¿Mañana nos vemos?
-Sí- respondí ruborizada, agachando la cabeza.
El rió, me miró tiernamente y me pellizco la mejilla.
-Nos vemos mañana- me dijo, y me dio un beso en la frente.
Entré en mi casa un poco nerviosa, colgué la chaqueta y subí a mi habitación. Solté toda la ropa de golpe en la cama. Descolgué el inalámbrico y marqué el número de Amanda. Ella era la mejor persona que conocía. Estaba como una cabra, siempre andaba haciendo tonterías y, a veces, me daba incluso verguenza, pero sabía de sobra que podía confiar en ella, siempre había estado ahí cuando lo necesité, ayudándome en todo lo que podía, haciendo de pañuelo para mis lágrimas. Era maniática, muy maniática, y yo me reía de ello. Mientras hacia fuerza con el dedo para marcar los duros números del teléfono, recordé una de las muchas noches que habíamos dormido juntas, esta vez en su casa. Después de cenar, se lavó por lo menos cinco veces los dientes y las manos. Decía que se sentía sucia. Al final acabó duchándose. Cuando salió, yo estaba tumbada en su cama sobre sus cojines, mirando la tele y con el mando en la mano. Ella salió y se metió conmigo para ver un programa de la MTV. Me fijé en que colocaba el cojín de todas las maneras, tumbado, boca arriba, de lado, del otro lado, boca a bajo, vertical, horizontal... Hasta que dió en el clavo colocando el cojín unos cuarentaycinco grados respecto a la base horizontal de la cama. Cuando acabó de ponerse cómoda, terminó el trabajo con un duro:
-¡Joder!
Pasé toda la noche riéndome de aquella payasada. Y la más importante de sus manías, siempre responde al teléfono en el tercer 'pi'. Era cariñosa, muy cariñosa y también muy mimosa. Le gustaba que la acariciaran, que le dieran mimos, que la cuidaran. También era una loca perdida del rosa. Me acuerdo del primer día que entré en su cuarto, lo habían arreglado, pintado, arreglado el suelo y cambiado los muebles. Cuando entré, abrí los ojos como platos, y le dije sonriente.
-¡Super pink!
Su cuarto le pegaba. Ahora ya había más colores, pero miraras donde miraras, encontrarías rosa.
Conté con los dedos, uno... Dos... Tres.
-¿Sí?
-Amanda- dije feliz.
-¡Moni! Espera- en el tiempo que estuve esperando, escuché los muelles de la cama, y a ella maldiciendo mil y una veces al cojín -¡Cuéntamelo todo!
Reí un poco y se lo conté. Se puso muy contenta, más incluso que yo. Cuarenta y tres minutos después, colgué. Me acaricié un poco la oreja, caliente y colorada.

...

Pasaron dos semanas, conseguí el móvil de Marco y lo apunté. Hablábamos casi todas las tardes, y siempre íbamos a su casa a estudiar español. Tuvo dos exámenes y en los dos sacó más de un ocho, estaba muy feliz. Pero poco duró mi felicidad. Una tarde no me llamó, no fui a su casa y no hablamos. Así una tarde, otra tarde, y otra... Me puse muy triste, Amanda me apoyaba y me animaba, pero no conseguía levantar cabeza. Una noche exploté, y llené la almohada de lágrimas. Me sentía desgraciada, pero a la misma vez imbécil por llorar sin sentido. Era un chico, uno más, uno más en la lista. En la lista de los chicos por los que siempre acababa llorando. Conseguí sobrellevar aquellas semanas sin hablar con él, incluso me hice a la idea de que nunca más lo vería. Aquella mañana desperté con los ojos hinchados, de nuevo. Fui al servicio y me froté la cara con fuerza. Me peiné haciendome una trenza al lado y me vestí. Un chándal deportivo gris claro y fino, un polo blanco y una chaqueta a juego con el pantalón. Me até las nike blancas y cojí la maleta y el móvil. De nuevo en el autobús, de nuevo atasco, de nuevo llegué tarde a matemáticas. Saqué los libros que tendría a continuación de matemáticas y el estuche. Abrí la taquilla y algo calló al suelo. Metí dentro la maleta y los demás libros. Recogí el posit y lo leí. 'Tengo que hablar contigo. Te echo de menos. Pásate por mi apartamento a la hora del descanso'. Sonreí plenamente.

sábado, 30 de octubre de 2010

✖1

Mis oídos estaban concentrados en el ruido del grafito del lápiz deslizándose sobre la hoja cuadrículada de mi cuaderno. Recuerdo que estaba encerrada en mi cuarto simulando que estudiaba. Hacía frío, el día estaba soleado pero aún así a mis dedos les costaba escribir, estaban encogidos. Aún llevaba puesto los vaqueros y la camisa con la que había ido al instituto, me había enrollado al cuello dos bufandas polares, esas que guardo durante todo el año en el cajón de mi cómoda, para situaciones como esta. Aborrezco el frío, menos cuando estoy metida en la cama, acurrucada entre montones y montones de cojines y tapada por una sábana azul claro, con dos mantas encima, y agusto y calentita. Debía hacer los deberes, los ejercicios de matemáticas, pero mis dedos afligidos me lo impedían. Volví a abrir la hoja del cuaderno, en la primera estaban escritos mi nombre y mi curso, en colores fuertes, rosa chillón, amarillo fosforito, celeste fuerte, naranja... Se podía leer perfectamente Monica Scofield Bernabé, al contrario de lo que decía la profesora. En el instituto quinto grado no era difícil o eso decían los que pasaban a primer grado superior, pero claro, no era difícil si eras un genio súper inteligente, que mueven cosas con la mente y eso; o te matabas a estudiar. Empecé a pasar páginas como si mi vida fuera en ello hasta que llegué a la última del todo, la que está pegada a la carilla de atrás y que suele estar llena de garabatos y dibujitos tontos que hacemos todos en las horas más divertidas como matemáticas, biología...
-¡Mierda!- grité furiosa.
Se me habían acabado las hojas limpias del cuaderno, genial. Miré en la estantería donde guardaba los cuadernos y libros del instituto, no había ninguno.
-Sin duda alguna la suerte está hoy de mi parte- le dije a mi perrito Swölf.
Todos, todos, todos me preguntaban de dónde venía el nombre de mi perro. Cuando escuché la palabra 'swölf' me encantó y pensé inmediatamente en un perro, grande, con mucho pelo, un labrador o algo así. Entonces tendría unos ocho años y se me antojó tener un perro. Por navidades les pedí uno a mis padres, en la carta puse en bien grande y subrayado ''QUIERO UN PERRO GRANDE, QUE LE PEGUE EL NOMBRE DE SWOLF''. Pensaba que se lo había dejado claro, pero me equivocaba. El día que abrí mis regalos, ví una caja un tanto más grande de lo normal, pero dentro no es que cupiese un perro 'grande'. Abrí la caja la última, sin esperanzas de recibir un perro. Pero entonces lo vi, aquella bolita redondita y pequeñita de color canela me robó el corazón. Tenía un collarín negro con una chapita plateada en la que se podía leer Swölf. A los dos años de tener el perro me enteré de que swölf significa doce en alemán.
Cojí la chaqueta, unos guantes y me lié de nuevo las bufandas y me fui a la papelería. Otra vez de nuevo, la suerte hizo que la papelería de justo abajo de mi casa estuviera cerrada. La que quedaba más cerca estaba como a dos barrios. A parte de hacer frío empezó a hacer un viento que te llevaba, como no, helado. Todos los trozos de arena, hojas de árboles y cualquier resto que hubiera en la acera fueron a parar directamente a la pupila de mi ojo, genial. Me escocía, y no podía ver porque me frotaba el párpado intentando que todo aquello saliera de ahí. Seguía andando hacia alante, y tropecé con alguien. Un chico un poco mayor que yo y más alto, moreno con los ojos celeste claro, me pidió disculpas y siguió andando. Me pude fijar que llevaba tatuado un nombre detrás de la oreja, me pareció leer Maidie, pero no le eché mucha más cuenta y seguí hacia delante. Volvió a hacer más frío y escondí la boca y la nariz debajo de la bufanda. Percibí un olor que no me resultaba conocido, no olía a mí. La bufanda se impregnó de la colonia de aquel chico y la verdad, olía muy bien. Al fin llegué a la papelería, había una cola de mil demonios, pero esperé. Cuando pedí mi cuaderno y lo pagué salí de la tienda y para mi sorpresa estaba lloviendo. Me quedaba un buen paseo hasta mi casa. Lluvia, viento, frío... ¿qué más podía pedir?
Llegué a mi casa, solté la chaqueta y los vaqueros en la bañera porque estaban muy mojados para echarlos al lavado. Me fui a mi cuarto, solté el cuaderno en el escritorio. Estaba heladísima, congelada a más no poder, me puse el pijama, la bata y la bufanda en el cuello. Aún olía a él. Abrí el cuaderno, estaba empapado. Así que ya me véis dándole calor con el secador de pelo, página por página. Cuando terminé de hacer todo aquello eran las diez de la noche. Me puse a estudiar y hice todos los ejercicios. Miré el móvil, la una. Me quedaba solo un ejercicio pero no podía más, tenía mucho sueño, aun así me decidí a hacerlo, no recuerdo más.

...

Dicen que cuando sueñas, tu alma se separa de tu cuerpo y vuela libre. Dicen que cuando sueñas que te caes, te mueves y despiertas, tu subsconciente ha recordado el día en que naciste, pasar de estar envuelto de líquido amniótico a estar rodeado de moléculas de hidrógeno y oxígeno. También dicen que si en tu sueño aparece alguien a quien no conoces, no lo has inventado, es alguien con quien te has cruzado por la calle y te has fijado en su cara, aunque al segundo después lo olvides, o alguien a quien has visto en alguna foto y lo olvidas. Me desperté confusa, yo no solía recordar mis sueños. Pero aquella mañana solo podía recordar dos enormes ojos azules, tan profundos y penetrantes que inducen a sentir desconfianza. De un color azul que parece inventado, como si hubieras hecho una mezcla de celestes, azules, violetas y blancos y hubiera surgido aquel color tan especial. Recordaba un nombre, Maidie, y una oreja. Una oreja perfectamente formada, parecía trazada con misma delicadeza que ultiliza un pintor para pintar un cuadro. Maidie en mi cabeza, una y otra vez. También recordaba una colonia, un olor viril, aunque dulce y delicado, pero transmitía fuerza y seguridad. La alarma del móvil sonó de nuevo, me froté los ojos, me estiré y sali de la cama. Cojí unos pitillos vaqueros claros, me puse un top marrón tierra, y encima una camisa suelta blanca, con el dibujo de una Vespa. Me puse una chaqueta marrón, la bufanda y los guantes. Me calcé unas botas marrones hasta la rodilla, cojí la maleta y metí los libros. El móvil en el bolsillo con los casquitos puestos. Salí de mi casa sin hacer ruido, mi madre y mi hermano aún dormían. Caminé a paso rápido hasta la parada del bus más cercana y me senté en el banco. El autobús no tardó mucho en llegar, calculo que unos cinco minutos. Subí y me senté al final, sola. A las ocho menos cuarto, no había mucha gente en el autobús, los mismos de siempre. El conductor, ajeno a todo; una señora mayor, que siempre paraba en la parada del hospital; un señor de unos cuarenta y tantos años, negro, alto y grande, con una gran cicatriz en la parte izquierda de la cara; y yo. Llegué a la parada más cercana al instituto. Hoy iba un poco falta de tiempo, así que bajé rápido y fui casi corriendo hasta la puerta de entrada. Mi instituto estaba formado por dos edificios. Una para los estudiantes y los talleres especiales, como el de pintura, tecnología, física... Y el otro para los estudiantes, algunos departamentos de profesores, la biblioteca y una segunda y tercera planta de residencia para la gente que vivía fuera de la ciudad y estudiaba en la universidad o en algún ciclo superior. Los pasillos ya estaban vacíos, y las clases cerradas. Ese día tenía a primera hora matemáticas, y como entrara ahora me echaría la bronca del siglo. Así que no entré, el esfuerzo de ayer por el cuaderno en vano. Me senté en unas escaleras que estaban junto a mi clase, me recosté sobre la pared y saqué el cuaderno de español, para estudiar de mientras. No sabía por qué me obligaban a dar clases de español si yo ya sabía hablarlo perfectamente. Mi madre es española y mi padre es americano, y desde pequeña hablo los dos. Cuando estaban recién casados, vivían en España, pero cuando mi madre se quedó embarazada decidieron mudarse a Seatle, mejores institutos, mejor calidad de vida, por decirlo así. Repasé los verbos, algunos poemas, entre ellos el típico que sale en todos, ''Que por mayo era, por mayo''. Dejé el libro sobre el escalón, y saqué mas cosas de la maleta. Tocó el timbre y con mis nervios empecé a guardarlo todo, menos el cuaderno de español, que olvidé en el escalón. Fui a clase veloz, para no perder otra más. Las clases de la mañana pasaron y llegó el recreo, aunque no pudimos salir porque estaba lloviendo. Nos quedamos todos en la clase, y Andrew, un pintamonas, se acercó a mí para hablar. No lo soportaría una hora y media dando la lata, la profesora que nos tocaba después del descanso no había ido a trabajar. Alguien tocó la puerta. La delegada de clase y mi mejor amiga, Amanda, abrió.
-Moni, te llaman- me dijo alzando la voz.
Me levanté y me dirigí a la puerta, por el caminillo, Amanda pasó por mi lado.
-Es muy guapo- me susurró haciendo aquel gesto con las cejas que tanto adoraba.
Me extrañó más todavía que fuera un chico el que me hubiera llamado. Salí de la clase y vi en un banco sentado a un chico con mi cuaderno.
-Muchas gracias- dije un poco cortada.
-No es nada- dijo Mcon una sonrisa aquel chico.
Levantó la cabeza y le pude ver la cara. De nuevo fui hipnotizada por aquellos ojos tan azules y por aquella fragancia. Apreté el cuaderno contra mi pecho y agaché la cabeza. No quería que me reconociera, pasaría mucha verguenza si me reconocía como 'la chica que ayer por poco no me tira al suelo'.
-¿No tienes frío?- preguntó.
-Un poco, voy a entrar a ponerme la bufanda.
-Espera- contestó rápidamente -ponte la mía.
-Si me da igual...- respondí, pero me interrumpió.
-Te he visto la cara de aburrida con ese chaval, sabes que si vuelves a entrar te volverá a abasallar, ¿no?
-Si- reí un poco.
Me atreví a mirarlo y me miró, después inclinó la cabeza hacia el banco a su derecha, indicándome que me sentara. Le hice caso y me senté a su lado, en ese momento, no se por qué, suspiré.
-Vaya, vaya. ¿Señorita enamorada?
-¡Claro que no!- dije entre risas.
-No deberías avergonzarte de ello. Suena cursi, pero yo creo que el amor es importante. Dime para qué merecería la pena vivir sin amor. Mi objetivo en este momento es enamorarme, sinceramente. Me encantaría encontrar a la chica perfecta- suspiró -pero bueno...
-¿Señorito enamorado?
-No lo sé- rió, yo no dije nada -Creo que la chica perfecta se cruzó por mi camino, pero así como apareció, desapareció- debió notar mi cara extrañada -jaja. Si te digo algo, ¿me prometes que no se lo dirás a nadie?
-Claro- dije muy nerviosa.
-Confio en tí... Bueno, ayer iba por la calle, venía de la universidad y tenía prisa por llegar a mi casa. Pues iba andando despistado y me choqué con una chica... te juro que no me la puedo sacar de la cabeza.
Me quedé muda. ¿Con cuántas personas se suelen chocar por la calle la gente normal? ¿Sería yo? No, debía quitarme esa estúpida idea de la cabeza. Miraba hacia el frente, pensativo, indiferente.
-Pensaba que estudiabas aquí
Notó que cambié de tema.
-Te debo parecer un loco...
-¡No!, claro que no- dije un poco alterada.
-Ya... Pues no, no estudio aquí. Estoy en la universidad, estudiando traducción, y vivo aquí.
-¿Traducción? ¿Con qué idioma?
-En principio con español, pero creo que dejaré la carrera. Me cuesta mucho aprender español.
-Yo soy española.
Empezamos a hablar en español.
-Ah, ¿si?
-Medio española.
-Soy un negado para el español. Los verbos...- alzó la mano, la puso al revés y extendió el pulgar hacia abajo. Reí.
Dejamos de hablar en español.
-Pff, qué suerte tienes, ojalá yo supiera hablarlo. El español me gusta mucho.
-Pues si quieres, ¡te puedo ayudar!
-¿De verdad?
-¡Claro!
-¿Podrías venir esta tarde a mi apartamento y ayudarme con unas cosas?
-Supongo que sí.
-Pues es en este edificio, subes por las escaleras en las que dejaste el cuaderno y giras a la izquierda. Busca la habitación 26 y llama a la puerta.
-¡Está bien!
Miró el reloj.
-Bueno Mónica, me tengo que ir ya. Tengo clase. ¡Esta tarde nos vemos!- dijo sonriendo.
-Está bien. ¡Hasta luego!
El se fue por su camino y yo me quedé sentada en el banco, no me apetecía entrar todavía. Me puse a pensar en lo que me pondría, qué repasaríamos... Tendría que terminar rápido los deberes y eso...
-¡Mierda!
Me acerqué corriendo al pasillo por el que se había ido. Aún no se había ido de allí.
-¡Oye!
Aún no sabía su nombre. Se giró.
-Marco Paolantoni- respondió sonriendo.
-¿A qué hora?
-¿A las seis?
Alcé la mano y erguí el dedo pulgar hacia arriba, imitando su gesto de antes. Marco me dijo adiós con la mano. Se llamaba Marco, Marco Paolantoni. Parecía italiano. ¿Qué hacía un italiano en Seattle estudiando español? Me autorespondí, ¿qué hacía una española en Seattle estudiando en un instituto? Reí y entonces entré en la clase. Andrew me miraba extrañado, y Amanda me sonreía. Me senté en mi sitio, y entonces me dí cuenta de que me había quedado con la bufanda. Se la daría por la tarde. Amanda se me acercó y me preguntó sobre ese chico tan guapo que me había llamado. Andrew escuchaba atento, era poco discreto. Se lo conté a Amanda, también le conté que el día anterior me había chocado con él en la calle.
-¡Tía, eres tú! ¿No lo ves?- dijo gritando. Le tapé la boca.
-Shhh, no chilles- dije histérica -He quedado con él esta tarde, estudia español y le voy a echar una mano.
Andrew lo escuchó y se levantó bruscamente de la silla, se fue al principio de la clase.
-Este es tonto- dije. Amanda rió.
-Como eres tía- dijo riendo.