sábado, 16 de abril de 2011

Asustada. Sentía muchísima impotencia. Tenía un nudo en la gargante desde la noche anterior. No me lo podía creer, aquello no podía estar pasando. Quería mantenerme a salvo, pero por encima mía estaba Marco. No permitiría nunca que le hicieran daño, el más mínimo. Antes de mí estaba él, él y su bienestar, él y su seguridad. Estaba asustada porque no quería perderlo. Tenía miedo. Mentira, tenía pánico.
Marco me había acompañado a mi casa después de llegar al café. Me terminé el chocolate y nos montamos en el coche. Ni una palabra en los casi veinte minutos de la cafetería a mi casa. Ni una sola maldita palabra, todo el tiempo hubo un silencio tan... incómodo. Iba completamente distraído, se saltó varios semáforos y tuvo que frenar bruscamente para no atropellar a dos perros que cruzaban la carretera a sus anchas. En el coche yo no tenía miedo, pero si desconfianza. Llegamos a mi puerta y abrí.
-¿Quieres entrar?- me atreví a decir.
-Mejor no- me sonrió -Ya hablamos
Me besó la frente y se fue.
¿'Ya hablamos'? ¿Qué quería decir 'ya hablamos'? ¿Cómo se atrevía a decirme eso? No sabía si aquello que me presionaba el pecho y los pulmones era rabia o angustia.
Fui a la cocina y cogí una taza del armario sin mirar cuál. Miraba a la pequeña grieta que había en el azulejo amarillo. Eché leche en la taza y la metí en el microondas para calentarla. Esperé apoyada sobre la encimera de la cocina hasta que quedaban apenas unos segundos. Entonces apreté el botón de 'Stop'. Siempre lo hacía, odiaba el sonido que hacía cuando terminaba de calentar. Saqué la taza sin darme cuenta de que me quemaba la mano. Espolvoreé un poco de colacao en la taza y azúcar. Y sorbí.
-¡Joder!- grité y empecé a llorar.
Me había quemado los labios y la lengua y me dolían. Me dolían mucho. Pero por eso no lloraba. Sin poder parar de hacerlo me acosté.

...


Volví a mi apartamento, sin vida. Como si alguien me llevara. No era dueño de mi cuerpo. Conducía, simplemente. Sin prestar mucha atención al volante, ni a la carretera, ni a los semáforos... A nada.
Sólo pensaba en aquel hijo de puta que me tenía acojonado. No por mí. Por Monica.
¿Qué es lo que quería?, ¿de qué iba el nota?, ¿qué quería de Moni?...
Entré dentro y me senté en la cama. No lloraba, porque, al fin y al cabo, yo había tomado esa decisión. Por mucho que me doliera. Apretaba los puños. No quería llorar, no quería verme llorando... No...
Pero, ¿para qué engañarnos? Quería a Moni, más de lo que pensé que podría llegar a quererla, la amaba. Era quizás una de las pocas razones por las que continuaba allí, en Seatle. Cogí la foto de Maidie y entonces sentí la falta que me hacía verla, y abrazarla, y darle besos. También entonces descubrí que si faltaba una semana a clase no me pasaría nada. Y Moni... Moni estaría bien. Sin ese capullo detrás suya. Sin mí.

domingo, 9 de enero de 2011

✖6

-¡Qué película tan bonita!- me dijo Amanda emocionada.
Al final consiguió que viéramos la que ella quería. La verdad es que no nos importó mucho, porque siempre éramos nosotros los que escogíamos, así que por una vez no nos iba a pasar nada. Amanda iba tan contenta y tan brillante que daba gusto verla. En nuestro grupo éramos pocas chicas, nosotras dos, Alice y Olivia. Los demás eran todo chicos, nueve. Nos colocamos en grupo y le pedí a una señora que nos hiciera una foto a todos juntos. Yo me coloqué entre Amanda y Jaden. Jaden había sido mi mejor amigo desde tiempos inmemorables. Lo conocí en la guardería y desde entonces habíamos permanecidos juntos. Era alto, moreno y con los ojos oscuros, y tenía el pelo castaño también muy oscuro, muy guapo. Era una buenísima persona y tenía un gran carácter. Había sido siempre como otro hermano, porque la verdad esque pasábamos la mayoría del tiempo uno en casa del otro.
Amanda se me acercó, olía a fresa.
-He conocido a un chico- me susurró al oido.
-¿Dónde, pillina?
-Por internet. He quedado con él mañana.
-¿Estás segura?
-Sí, es tan...- y comenzó a reir mientras se tornaba roja.

...


Marco me pitó desde su coche, estaba aparcado justo en la puerta del centro comercial. Me despedí de mis amigos y subí con él. Dentro del coche hacía mucho más calor que fuera. Me quité una cazadora de piel negra que llevaba y la puse en los asientos de atrás. Estaba oscureciendo, pero aún eran tan sólo las siete. Miré a Marco, la poca luz que quedaba se reflejaba en su perfil, y el resto de la cara permanecía a la penumbra. Le hice una foto con mi móvil.
-¿Qué has comprado?
Suspiró.
-Muchas cosas. No sé dónde las voy a guardar...
-¿Y a tu hermana?
-La mayoría de los regalos son para ella. Le he comprado un peluche de Winnie the pooh gigante, collares y pulseras, pendientes...
-Dios... ¿De dónde sacas el dinero?
-Mis padres suelen enviarme algo cada mes, y mi abuela me envió dinero hará unos dos meses. También gano algo con la cafetería. ¿Vamos a tomar algo?
-Está bien. ¿Quién invita?
-Adivina- dijo alzando las cejas y propinando unos golpecitos en su cartera.
Mientras arrancaba decidí llamar a Adrián. Lo llamába dos o tres veces al mes, porque las llamadas internacionales son bastante, ¡qué digo bastante!, son muy caras. Dió la llamada como treinta segundos, y salió el buzón de voz.
-Esta es tonta- le dije sin pensármelo a la máquina.
Colgué enfadada por haber gastado saldo en un maldito buzón de voz. De repente me acordé de Adrián y de cuando, un año, de pequeños estuvimos en España. Concretamente en Sevilla, en Semana Santa. Estábamos dentro de la bulla de personas con nuestros padres, pero nos despistamos de ellos y nos perdimos. Yo me puse muy triste y empecé a llorar. Tendríamos siete y catorce años más o menos. Él me cogió en brazos y me llevó toda la tarde a cuestas. Estuvimos dando muchísimas vueltas, hasta que llegamos a la casa de mi abuela, que vivía retirada del centro. Mi hermano me compró una piruleta, un algohodón de ázucar y más chucherías para que no llorara. Cuando llegamos a casa de mi abuela ya era casi de noche. Adrián se sentó en el sofá y yo me senté encima suya. Me atrincheré en su cuello y nos quedamos dormidos. Estábamos agotados. Yo de llorar y él de llevarme encima toda la tarde. Cuánto lo echo de menos.
Después de unos diez minutos conduciendo, llegamos a la cafetería. Me puse la chaqueta sobre los hombros y salí del coche. Hacía mucho frío fuera y entré rápidamente a la cafetería, dentro se estaba muy agusto. Marco me indicó que me sentara en unos sillones que había colocados en una esquina del recinto, junto a un escaparate. Marco no tardó mucho en reunirse conmigo.
-¿Dónde pasas estas Navidades?
-Supongo que viajaré a Italia, con la familia. ¿Y tú?
-Este año creo que no vamos a España, y Adrián tampoco viene... Así que la pasaré aquí con mis padres o iré a alguna fiesta... No sé, ya me las apañaré.
-¡Marco! ¿Qué haces por aquí si hoy libras, cabrón?- le dijo divertido uno de los camareros.
-Para que no te olvides de mí, graciosín- respondió Marco con aire pícaro.
-Tonto- dijo el camarero guiñándole un ojo -¿Qué queréis tomar?
-Para ella...
-Un chocolate con leche.
-Y para mí un café.
-Está bien, pues ahora lo traigo. No tardo, eh.
-¡Vete ya!- bromeó Marco empujándolo.
Continuamos hablando. Me fascinaba su manera de hablar, de expresarse. Parecía que escogiera las palabras propicias, y lo hacía de maravilla. Charlie, el camarero, se nos volvió a acercar un tanto extrañado.
-Tío...- se refirió muy serio a Marco.
-¿Qué ocurre?
-Un chaval muy raro me ha dado esta nota para que te lo de a tí. No paraba de mirarla- lo último lo dijo levantando la barbilla e indicando con la cabeza en mi dirección.
Marco abrió la nota rápido y la leyó. Hizo una bola y la tiró en la mesa.
-¿Se ha ido?
-Iba a los aparcamientos.
-¡Quédate con Monica!
Salió corriendo, y yo me quedé allí. Petrificada y bastante asustada. Algo dentro de mí sabía que era la misma persona que me siguió, a la que Marco siguió  y la que entró en mi jardín. Cogí la bola de papel, la desenvolví con mucho cuidado y la leí.
'Aléjate de ella'

sábado, 1 de enero de 2011

✖5

Sonó el despertador a las seis y media de la mañana. Me incorporé en la cama y estiré los brazos, giré el cuello, la espalda, las piernas e incluso los dedos de los pies. Hoy había amanecido muy pronto y, extrañamente, no llovía, ni granizaba, ni nada por el estilo. Miré el despertador para apagar la alarma y ví una nota en un papel blanco debajo de éste. 'Espero no haber hecho ruido al irme. Se me olvidó decirte que te quiero '. Doblé la nota y la guardé en el cajón de la ropa interior. Me di una ducha antes de ir a clase. Hoy tenía suficiente tiempo, una hora y media exactamente para que empezasen las clases. Cuando llevaba un rato en la ducha, se me ocurrió mirar mi reloj Casio, rosa. Me lo había regalado Adrián antes de irse a España. Recuerdo perfectamente que llegué una semana entera tarde a clase, me dormía o se me pasaba el tiempo volando. El último día de la semana, cuando llegué a casa y solté la maleta en mi cuarto, había una pequeña cajita de regalo, rosa, encima de la cama. A su derecha había una nota, rosa, en la que ponía, 'Más te vale usarlo'. Lo abrí ilusionada y entonces descubrí el Casio rosa. Me enamoré de él, nunca había visto un reloj Casio rosa. Desde ese día no me quito el reloj. Lo uso siempre, aunque nunca me sirvió de nada. Miré la hora. Las siete. Dios, había pasado media hora debajo del agua. Salí y me vestí. Me sequé un poco el pelo y me lo peiné, aunque lo dejé 'rebelde'. Hice la maleta y me fui a la cocina. Estaba todo patas arriba, mis padres llegaron ayer contentos. Recogí todo un poco para abrirme hueco y poder dejar una bandeja. Me hice un colacao y me lo tomé rápido. Decidí salir de allí ya, no quería llegar tarde a Matemáticas.

...

Un día que llego temprano a clase, un día que falta la profesora. Como era la primera clase del día, no teníamos deberes. Saqué un cuaderno de cuadritos y comencé a repasar las líneas dibujando cuadritos con el grafito del lápiz. Me gustaba hacer eso, me ayudaba a reflexionar. Mi vida había cambiado mucho. Antes todo era una rutina y, aunque lo seguía siendo, ya no era monótona. Me gustaba. Me gustaba levantarme y que él fuera en lo primero en lo que pensara. Me gustaba acostarme y que él fuera en lo último que me pasara por la cabeza. Me gustaba recordar sus besos y que se me erizara la piel. Me gustaba volver a pensar en sus caricias y que mil escalofríos me recorrieran. Me gustaba la forma en que me hablaba y cómo lo hacía, las palabras que decía y cómo las usaba. Me gustaba él. Me gustaba Marco. Mi Marco. Me gustaba él en todo su conjunto, en todo su ser y todo lo que ello significaba. Me gustaba su acento italiano cuando hablaba. Me gustaba su risa, esa que hacía que se le formaran dos hoyuelos en los mofletes. Me gustaban sus comisuras de los labios, que se giraban ligeramente hacia arriba y le daban a su boca ese aire tan atractivo. Me gustaba su pelo y entrelazar mis dedos en el. Me gustaban sus manos, grandes y fuertes pero suaves y lisas.
-Monica.
-Eh... Sí, dime- le dije a Amanda sonriéndole.
-Esta tarde hemos quedado para ir al cine. ¿Vienes con nosotros?
-¡Vale! Hablo con Marco y se lo digo, ya lo veré después.
-Está bien. ¿A que no sabes qué?
Seguimos hablando de mil cosas más, de cientos de cotilleos de los que no me había enterado. Llegó la hora de gimnasia, justo antes del recreo y fuimos al gimnasio. Este trimestre estábamos dando clases de salsa, para hacerlo más llevadero, y como apenas faltaban dos semanas para que terminara el curso, estábamos preparando una coreografía. Los encargados de montarla éramos Tom y yo. Quiero resaltar que yo no quería hacerlo, pero como ninguna chica quería lo echamos a suerte, y lo mío, precisamente, no es la suerte. Puse el CD de la canción y le di a stop para que no empezara a sonar. Me subí los pantalones por la rodilla y me quedé en calcetines. Tom hizo lo mismo. Nos pusimos en nuestros puestos y la profesora le dio al play.
-¡Un, dos, tres, cuatro!- gritó Tom al empezar a sonar la canción, y tras el cuatro comenzamos a andar hacia delante para 'encontrarnos'.
-Un, dos, tres, cuatro. Un, dos, tres, cuatro...- marcábamos durante toda la coreografía hasta que por fin acabamos y empezaron a aplaudir.
Estuvimos ensayando hasta que terminó la clase, y nos fuimos a las duchas. Me di una ducha ligera y le dije a Amanda que iba con Marco.

...

-Marco.
-Dime- me dijo sonriendo.
-¿Te importa si esta tarde voy con mis amigos al cine?
-Claro que no, ¿a cuál vais?
-Al que está en el centro comercial.
-Ah, pues yo voy a ir a comprarle regalos a mi familia. Si quieres después te recojo.
-Vale. Oye, ¿qué hora es?
-Faltan diez minutos para que termine el recreo.
-Tengo alternativa después del recreo. Pero no voy a ir.
-¿Alternativa? ¿Qué estudiáis en alternativa?
-Pues... Nada. Es una hora libre a la que le han puesto ese nombre. Los que dan religión van a una clase y los que no vamos a alternativa, pero no hacemos nada.
-¿Te quedas?- dijo mirándome mostrándome su risa más bonita.
-Si quieres.
Yo estaba en la cama y él estaba sentado en la silla. Se tiró encima mía y empezó a darme besos.
-¡Ti amo!