viernes, 3 de diciembre de 2010

✖4

-No creo en esas cosas.
-¿Ni en la ciencia?- pregunté curiosa.
-Ni en la ciencia ni en Dios. La ciencia ha demostrado que Dios ha muerto. Pero tampoco creo en la ciencia. Aún sigue sin explicar los sentimientos- me dijo sonriendo, mirándome a los ojos. Esos ojos azules...
Y era verdad. Quizá la ciencia explica la gran mayoría de las cosas, pero aún no ha explicado la que, seguramente, es la cosa más importante para el ser humano. Los sentimiento. Se pueden demostrar, y también se puede intentar dar explicaciones subjetivas. Puedes decir, quiero, amo, odio, a esta persona por cómo es. Pero no es posible dar una explicación concreta del por qué surgen, del por qué surge ese sentimiento y no otro. Esto no viene a cuento, pero creo que si pudiéramos elegir de quién enamorarnos, no sería igual de bonito. Elegiríamos enamorarnos de quien nos ama, no de quién el corazón elige. No sería igual de bonito. 
Íbamos hablando en el camino a mi casa. Él me pasó el brazo por el hombro y yo le agarraba de la cintura. Llegamos a la puerta de mi casa. Las luces estaban apagadas, no me sorprendió. Habrían salido de nuevo.
-¿Y tus padres?- preguntó buscando alguna luz en mi casa.
-No están. Nunca están- dije un poco incómoda.
-Si quieres me quedo hasta que vuelvan.
-No me da miedo quedarme sola- dije entrando en mi casa y cerrando la puerta. La volví a abrir riendo -¡Entra tonto!
Lo agarré de la chaqueta y lo metí dentro. Encendí la luz y subimos a mi cuarto. Me cambié de ropa y me puse el pijama. Una camisa ancha que daba mucho calor y unos pantalones cortos de pelitos. Me puse unos calcetines gordos y encendí la calefacción. Volví a mi cuarto y me senté a su lado en la cama.
-¿Tienes hermanos?- preguntó.
-Sí, uno grande que está en España y otro pequeño. ¿Por qué?- me señaló un chupete que estaba tirado en el suelo.
-¿Cómo se llaman?
-El pequeño se llama Albertito, y el grande Adrián- le cogí la mano y la acaricié por la palma.
La piel se le puso de gallina y sonrió.
-Te hace cosquillas- reí.
Él me las buscó a mí, pero no me encontró en ningún sitio. Sólo había un lugar donde no miró y donde estaban escondidas. Empezó a besarme la frente, las mejillas, los labios, la barbilla y cuando llegó al cuello me ericé yo. Empezó a reir.
-Las acabo de encontrar.
No le quise decir que no eran cosquillas, sino que me ponía tonta. Reí para mis adentros.
Un rato más tarde miré el reloj. Eran las dos y aún no habían venido.
-No van a venir a dormir. Si quieres vete a tu casa, no vayas a estar mañana muy cansado para ir a clase.
-No quiero dejarte sola.
-Pues entonces quédate.
Me miró y me besó. Fuimos al salón y nos sentamos en el sofá.
-¿Echas de menos a tu hermano?
-A Adrián sí... Muchas veces. Porque con él y con mi abuela he pasado toda mi vida. Y ahora se han ido los dos...- dije apunto de llorar.Hice una pausa y me besó el pelo -Cuando mis padres salían, nos quedábamos con mi abuela Ana. Mi hermano y yo tenemos la misma relación con mis padres, y cuando mi abuela murió... Cambió todo, mis padres no estuvieron con ella en el hospital cuando deberían haber estado. La tarde que mi abuela se puso peor, ellos estaban cenando con unos amigos, y nos dejaron a mi y a Adri en el hospital con ella. Yo me quedé en la habitación con ella, porque se puso muy mal, y Adrián los llamó. Cuando terminaron de cenar, tranquilamente llegaron. Pero ya no...- empecé a llorar.
Me tranquilizó y seguí.
-A mi hermano eso le enfadó mucho, y un mes después se fue a España con unos tíos. La última vez que vino lo hizo cuando nació Albertito.
Zwölf comenzó a ladrar eufórico. Marco se puso de pié.
-¿Has oído eso?- preguntó asustado.
-No, habrá sido el perro.
-No, no ha sido el perro.
Se levantó, buscó por el pasillo algo y vino a por mí al salón corriendo, me cogió en brazos y me llevó a mi cuarto, me metió en el armario.
-No vayas a salir, ni chilles ni nada. Toma mi móvil. Espera a que yo vuelva a por tí.
Cerró la puerta y se fue.

...



Estaba seguro de que había oído un ruido. Cerré la puerta de la casa con el pestillo. Me dirigí hacia los ventanales del salón. La casa era muy grande, no me explicaba como a Monica no le daba miedo quedarse sola. Ella era aquello que anduve buscando tanto tiempo. Siempre me sentí vacío, hasta que la conocí y me enamoré. Es extraño, nunca pensé que lo haría de alguien menor que yo. Ella era especial. Parecía delicada pero era muy fuerte, cariñosa y llena de amor, pero a su vez era fría. No necesitaba nada de sus padres, era independiente. Con la manga de la sudadera hice un redondel en la ventana, limpiando el vaho. Vi una figura negra, se movía rápido pero silencionamente. Sin hacer ruido, salí fuera de la casa. Me acerqué a él, lentamente y delicadamente. CRACK. Pisé una rama. Aquella persona se giró, me vió y salió corriendo. Lo perseguí hasta que se había alejado lo suficiente. Volví a la casa, alterado y furioso. Estaba seguro de que había sido el mismo que el de la otra vez. Llegué a la casa, cerré con llave. Fui al cuarto de Monica. Sonreí, no quería asustarla. Abrí el armario, pero allí no había nadie. Me quedé paralizado. Se me pasaron mil cosas por la cabeza. Como que el ladrón ese tenía un compinche que me había despistado mientras él había entrado en la casa y había raptado a Monica.


...


-¿Marco?- le pregunté.
-¡Joder!- gritó dando un salto -¡Qué susto!
Corrió hacia mí y me abrazó, muy fuerte. Divina sensación. Le pregunté por el ruido, y el me contó su 'aventura'.
-...Pensé que te habían raptado- dijo poniéndose colorado y agachando la cabeza por la verguenza.
Empecé a reír. No podía parar. Había tenido mucha gracia.
-¿Sabes qué?- me dijo muy serio. La risa se me cortó.
-...¿Qué?
-Eres la persona más guapa cuando te ríes. Y cuando no, también.
Ahora fui yo la que se puso colorada y agachó la cabeza. Marco empezó a dar carcajadas. Se tumbó en la cama de la risa y yo aproveché para hacerle cosquillas. Era como un niño pequeño. Reía, sus labios dejaban entrever los dientes tan blancos que tenía. Se equivocaba. Él era infinitamente más guapo

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