domingo, 9 de enero de 2011

✖6

-¡Qué película tan bonita!- me dijo Amanda emocionada.
Al final consiguió que viéramos la que ella quería. La verdad es que no nos importó mucho, porque siempre éramos nosotros los que escogíamos, así que por una vez no nos iba a pasar nada. Amanda iba tan contenta y tan brillante que daba gusto verla. En nuestro grupo éramos pocas chicas, nosotras dos, Alice y Olivia. Los demás eran todo chicos, nueve. Nos colocamos en grupo y le pedí a una señora que nos hiciera una foto a todos juntos. Yo me coloqué entre Amanda y Jaden. Jaden había sido mi mejor amigo desde tiempos inmemorables. Lo conocí en la guardería y desde entonces habíamos permanecidos juntos. Era alto, moreno y con los ojos oscuros, y tenía el pelo castaño también muy oscuro, muy guapo. Era una buenísima persona y tenía un gran carácter. Había sido siempre como otro hermano, porque la verdad esque pasábamos la mayoría del tiempo uno en casa del otro.
Amanda se me acercó, olía a fresa.
-He conocido a un chico- me susurró al oido.
-¿Dónde, pillina?
-Por internet. He quedado con él mañana.
-¿Estás segura?
-Sí, es tan...- y comenzó a reir mientras se tornaba roja.

...


Marco me pitó desde su coche, estaba aparcado justo en la puerta del centro comercial. Me despedí de mis amigos y subí con él. Dentro del coche hacía mucho más calor que fuera. Me quité una cazadora de piel negra que llevaba y la puse en los asientos de atrás. Estaba oscureciendo, pero aún eran tan sólo las siete. Miré a Marco, la poca luz que quedaba se reflejaba en su perfil, y el resto de la cara permanecía a la penumbra. Le hice una foto con mi móvil.
-¿Qué has comprado?
Suspiró.
-Muchas cosas. No sé dónde las voy a guardar...
-¿Y a tu hermana?
-La mayoría de los regalos son para ella. Le he comprado un peluche de Winnie the pooh gigante, collares y pulseras, pendientes...
-Dios... ¿De dónde sacas el dinero?
-Mis padres suelen enviarme algo cada mes, y mi abuela me envió dinero hará unos dos meses. También gano algo con la cafetería. ¿Vamos a tomar algo?
-Está bien. ¿Quién invita?
-Adivina- dijo alzando las cejas y propinando unos golpecitos en su cartera.
Mientras arrancaba decidí llamar a Adrián. Lo llamába dos o tres veces al mes, porque las llamadas internacionales son bastante, ¡qué digo bastante!, son muy caras. Dió la llamada como treinta segundos, y salió el buzón de voz.
-Esta es tonta- le dije sin pensármelo a la máquina.
Colgué enfadada por haber gastado saldo en un maldito buzón de voz. De repente me acordé de Adrián y de cuando, un año, de pequeños estuvimos en España. Concretamente en Sevilla, en Semana Santa. Estábamos dentro de la bulla de personas con nuestros padres, pero nos despistamos de ellos y nos perdimos. Yo me puse muy triste y empecé a llorar. Tendríamos siete y catorce años más o menos. Él me cogió en brazos y me llevó toda la tarde a cuestas. Estuvimos dando muchísimas vueltas, hasta que llegamos a la casa de mi abuela, que vivía retirada del centro. Mi hermano me compró una piruleta, un algohodón de ázucar y más chucherías para que no llorara. Cuando llegamos a casa de mi abuela ya era casi de noche. Adrián se sentó en el sofá y yo me senté encima suya. Me atrincheré en su cuello y nos quedamos dormidos. Estábamos agotados. Yo de llorar y él de llevarme encima toda la tarde. Cuánto lo echo de menos.
Después de unos diez minutos conduciendo, llegamos a la cafetería. Me puse la chaqueta sobre los hombros y salí del coche. Hacía mucho frío fuera y entré rápidamente a la cafetería, dentro se estaba muy agusto. Marco me indicó que me sentara en unos sillones que había colocados en una esquina del recinto, junto a un escaparate. Marco no tardó mucho en reunirse conmigo.
-¿Dónde pasas estas Navidades?
-Supongo que viajaré a Italia, con la familia. ¿Y tú?
-Este año creo que no vamos a España, y Adrián tampoco viene... Así que la pasaré aquí con mis padres o iré a alguna fiesta... No sé, ya me las apañaré.
-¡Marco! ¿Qué haces por aquí si hoy libras, cabrón?- le dijo divertido uno de los camareros.
-Para que no te olvides de mí, graciosín- respondió Marco con aire pícaro.
-Tonto- dijo el camarero guiñándole un ojo -¿Qué queréis tomar?
-Para ella...
-Un chocolate con leche.
-Y para mí un café.
-Está bien, pues ahora lo traigo. No tardo, eh.
-¡Vete ya!- bromeó Marco empujándolo.
Continuamos hablando. Me fascinaba su manera de hablar, de expresarse. Parecía que escogiera las palabras propicias, y lo hacía de maravilla. Charlie, el camarero, se nos volvió a acercar un tanto extrañado.
-Tío...- se refirió muy serio a Marco.
-¿Qué ocurre?
-Un chaval muy raro me ha dado esta nota para que te lo de a tí. No paraba de mirarla- lo último lo dijo levantando la barbilla e indicando con la cabeza en mi dirección.
Marco abrió la nota rápido y la leyó. Hizo una bola y la tiró en la mesa.
-¿Se ha ido?
-Iba a los aparcamientos.
-¡Quédate con Monica!
Salió corriendo, y yo me quedé allí. Petrificada y bastante asustada. Algo dentro de mí sabía que era la misma persona que me siguió, a la que Marco siguió  y la que entró en mi jardín. Cogí la bola de papel, la desenvolví con mucho cuidado y la leí.
'Aléjate de ella'

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